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Catolicismo Reformado

Las fuerzas de la cultura influyen y moldean nuestros pensamientos. A su vez, ¿qué fuerzas conforman el evangelicalismo y la fe reformada? Dos fuerzas diferentes han moldeado cada movimiento teológico: la idea romántica del genio en un extremo del espectro y la doctrina de la Iglesia en el otro.

Estas dos fuerzas producen resultados muy diferentes: en las iglesias evangélicas, el teólogo genio ocupa un lugar prominente como el que moldea un movimiento teológico. Por el otro lado, las iglesias reformadas tienen un compromiso con una autoridad confesional subordinada a las Escrituras – o confesionalismo -, que da forma a la iglesia.

Aquí radica una diferencia significativa entre el evangelicalismo y la fe reformada. Cuando entendemos estas diferentes fuerzas moldeadoras, podemos buscar seguir el camino del confesionalismo en lugar del de un genio teológico.

En el confesionalismo, una persona se compromete con una confesión de fe colectiva escrita por la iglesia a lo largo de los siglos, mientras que, en el enfoque del genio teológico, un individuo solitario crea una escuela de pensamiento que la gente intenta emular y replicar. A continuación, explico los orígenes y la naturaleza del teólogo genio y lo comparo con el enfoque confesional de las iglesias reformadas. Consciente de que las iglesias reformadas pueden caer en el modo del genio teológico, concluyo señalando los peligros de esta trampa.

La idea romántica del genio

El célebre historiador de la filosofía Isaiah Berlin observó que los filósofos románticos del siglo XVIII moldearon la cultura moderna de maneras que muchas personas olvidan o desconocen. Si pudiéramos transportarnos de vuelta al siglo XVI y preguntarle a un católico romano:

“Dejando de lado su desacuerdo con sus adversarios protestantes, ¿no admira a los protestantes por su celo, habilidad y rigor intelectual con los que han llevado a cabo su programa de reforma?”, el católico romano respondería: “¡No! ¡Son cismáticos!”

Berlin destaca que admirar la forma en que alguien hace algo, ignorando lo que está haciendo, es influencia del romanticismo. En otras palabras, según el Romanticismo, es más importante cómo se hace algo que lo que se hace. Esto ilustra su naturaleza, un movimiento filosófico que alentó a las personas a priorizar los sentimientos sobre el intelecto.

Uno de los impulsos de la filosofía romántica fue la creación de la idea del genio. Bajo el influjo de la emoción, el filósofo francés Denis Diderot afirmó que el genio era un artista, un transgresor de reglas, alguien que trasciende los límites del hombre civilizado para abrir su propio camino. En su Ensayo sobre el genio original del siglo XIX, el presbiteriano escocés William Duff argumentó que la característica indispensable del genio es una imaginación desbordante, porque esto es lo que hace único y creativo al genio. Esto sienta las bases para la influencia romántica en el evangelicalismo y el genio teológico.

El árbol de múltiples ramas del evangelicalismo no tiene sus raíces en una única confesión teológica, sino en un círculo de teólogos. Los evangélicos suelen mirar a los grandes nombres como los faros para su comprensión de la fe cristiana. Las personas se sienten atraídas por el genio y la creatividad de un teólogo o pastor en función de sus propios intereses. ¿Te interesa el hedonismo cristiano? Entonces acude a John Piper. ¿Estás tratando de vivir tu mejor vida ahora? Entonces Joel Osteen es tu genio. ¿Crees que toda la teología es escatología? Entonces Wolfhart Pannenberg es tu instructor. ¿Estás preocupado por tener una voz estruendosa en las guerras culturales? Entonces Doug Wilson es lo que buscas.

La gente aclama a estos supuestos genios por su perspicacia, su creatividad y la forma única en que presentan las doctrinas de las Escrituras. El problema es que, separado de un ancla confesional, el teólogo o pastor individual se convierte en el listón de la ortodoxia doctrinal. La gente mide la veracidad doctrinal por las huellas únicas del genio. El grado en que uno emula al genio es el grado de su éxito. El grado en que las iglesias se hacen eco de los distintivos doctrinales del genio es el grado en que son fieles a las Escrituras. El problema con tal ethos es que en ninguna parte de la Escritura vemos a la iglesia mirando a una sola persona para definir la creencia, a menos, por supuesto, que esa persona sea Jesucristo. Bajo la poderosa influencia del romanticismo y su poder para moldear la cultura, gran parte del evangelicalismo permite que sean las celebridades las que moldeen sus convicciones doctrinales, en lugar de la Iglesia.

La doctrina de la Iglesia

Contrariamente a la cultura de la celebridad del evangelicalismo, las iglesias reformadas tienen una raíz eclesial en la Escritura y la confesionalidad. Es necesario hacer dos salvedades importantes. En primer lugar, todas las iglesias reformadas reconocen que sus confesiones y catecismos están subordinados a la autoridad de las Escrituras (por ejemplo, Confesión de Fe de Westminster 1.10).

Segundo, como grupo, los evangélicos están comprometidos con la autoridad de las Escrituras, pero la cultura de las celebridades filtra la voz de la Biblia a través de una cacofonía de diferentes individuos en lugar de la voz unificada de la iglesia. Todos los cristianos (en el mejor de los casos) miran en primer lugar a las Escrituras, pero cuando buscan orientación, los evangélicos típicamente miran a sus genios, mientras que los cristianos reformados y confesionales, idealmente, miran a la iglesia.

Las confesiones actuales fueron escritas y adoptadas por organismos eclesiásticos. Las confesiones reformadas tienen raíces que se remontan a los concilios ecuménicos de los siglos IV y V (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia). A pesar de la popularidad del término calvinismo, inicialmente un término de burla y un esfuerzo por etiquetar la Reforma como sectaria, las iglesias reformadas no tienen un teólogo de referencia, sino un conjunto de confesiones. En su gran sabiduría, nuestros antepasados reconocieron que ninguna persona debe dar forma a la doctrina de la iglesia, sino que sólo la iglesia a través de los tiempos nos guía mientras buscamos entender las enseñanzas de la Biblia.

¿Un posible peligro para las iglesias reformadas?

Por comprometidas que estén las iglesias reformadas con sus confesiones, el canto de sirena de la cultura y el genio teológico nos seduce para alejarnos de nuestra ancla. Sospecho que vemos a los evangélicos pregonando a sus genios y, con razón, queremos mostrar los nuestros: Calvino, Beza, Bullinger, Ursino, Oleviano, Turretino, à Brakel, Witsius, Owen, Boston, los Hodge, Warfield, Machen, Bavinck, Kuyper, Murray entre otros.

Hay rasgos comunes y únicos en las teologías de todos estos hombres. Pero debemos reconocer que lo que une a estos teólogos no son sus distintivos teológicos, sino su compromiso con la Escritura y la confesionalidad. Si empezamos a tomar sus rasgos únicos y a hacer de sus distintivos la marca de lo que significa ser reformado, entonces caemos en la trampa del genio teológico: definir la doctrina por el culto a la personalidad en lugar de a través de la deliberación cuidadosa y orante [nutrida de oración] de la iglesia sobre las Escrituras en diálogo con la iglesia a través de los tiempos.

Muchos son conscientes de la opinión minoritaria de Calvino respecto a la naturaleza precisa de cómo explicar la deidad del Hijo en relación con el Padre y, sin embargo, algunos han afirmado que la opinión de Calvino es lo que hace que uno sea verdaderamente reformado. Sin embargo, conscientes de las opiniones de Calvino, los divinos de Westminster guardaron silencio respecto a su formulación. La Asamblea de Westminster decidió que la fe reformada no debía definirse tan estrechamente como para convertir en normativa la posición minoritaria de Calvino. Su posición está dentro de los límites de las confesiones reformadas, pero no la convierten en la única marca de la ortodoxia trinitaria. Exceder los límites de nuestra confesión y tratar de presionar a la Iglesia para que se adapte al molde de un individuo marginará a la Iglesia y la sustituirá por el genio teológico.

Podemos tener a nuestros héroes teológicos y gravitar hacia ciertos pastores y teólogos. Podemos y debemos seguir a aquellos que creemos que nos señalan más claramente hacia Cristo. Sin embargo, a través de la obra del Espíritu y la Palabra de Dios, la columna vertebral teológica que mantiene erguido el cuerpo de la verdad es la doctrina de la Iglesia. Aparte de la Iglesia y la confesionalidad, la gente no tiene a dónde ir sino a las celebridades teológicas más grandes y brillantes. Si convertimos los distintivos únicos del genio teológico en el sello distintivo de lo que significa ser reformado, estamos nadando en la corriente del romanticismo y el individualismo de la Ilustración.

Individualmente, somos libres de sostener posiciones teológicas distintas, pero cuando se trata de definir la fe corporativa de la Iglesia, nuestras confesiones definen lo que significa ser verdaderamente reformado. Por lo tanto, nunca debemos permitir que el genio teológico desplace a la iglesia y el papel de su confesión subordinada a las Escrituras.

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