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Catolicismo Reformado

El bautismo de fuego es también una forma de aprender teología, y sin duda esa fue mi experiencia cuando me adentré en las aguas del seminario. Crecí sin pasar un solo día alejado de Cristo y no tenía muchas preguntas acerca de Dios o la salvación. Leía mi Biblia con frecuencia y tuve la bendición de tener dos padres que me amaban y me apuntaban hacia Cristo. Pero a medida que me adentraba en mi educación en el seminario, las aguas tranquilas en las que estaba rápidamente se volvieron turbulentas. Tuve un par de profesores que estaban empeñados en despertar a los estudiantes de su sueño dogmático para que se replantearan los pilares fundamentales de la doctrina cristiana. Un profesor solía citar y comentar The Crucified God (El Dios crucificado) de Jürgen Moltmann con mucha regularidad. Arremetía contra la doctrina histórica de Dios porque supuestamente estaba cautiva de la filosofía griega. Tomé tres cursos diferentes de otro profesor que, en dieciocho meses, nunca trajo una Biblia a clase. Si quería citar la Biblia, tomaba prestada la de un estudiante. Pero un libro que habitualmente traía a clase era The Openness of God (La apertura de Dios), de Clark Pinnock, que promovía la idea de que Dios había renunciado a su soberanía y omnisciencia cuando creó a los seres humanos para que éstos pudieran ser libres de querer y elegir al margen de la interferencia divina. Día tras día, el incesante bombardeo de artillería contra mi concepción de Dios tenía sus consecuencias. Me preguntaba si estaba atrincherado en errores no examinados. Más que suposiciones falsas sobre Dios, me preguntaba si realmente conocía al Dios al que profesaba creer.

La Escritura y los clásicos

El tener que enfrentarme a estos retos me llevó a profundizar en las Escrituras y en las obras teológicas cristianas clásicas. Además de las lecturas para mis clases, por mi propia cuenta devoré Las Confesiones de Agustín, las Instituciones de Juan Calvino, el primer volumen de la Instrucción de Francisco Turretino, las obras de Jonathan Edwards, la Teología Sistemática de Louis Berkhof, al igual que muchos de los libros de R. C. Sproul. Aunque lo hacían de distintas maneras, todas estas obras apuntaban en la misma dirección: el Dios del cristianismo histórico era muy distinto del Dios de Moltmann, Pinnock y mis profesores. Así que tenía que determinar cuál era la verdadera doctrina de Dios, si la histórica o la más novedosa. Para mí, el primer y más fácil paso en esta investigación fue rechazar la absurda idea de que Dios había renunciado a su soberanía y omnisciencia para dar lugar a la libertad humana. Lo más decisivo fue el comparar dos ideas muy diferentes acerca del conocimiento de Dios: El teísmo abierto frente a la Biblia. En The Openness of God, el autor explora las implicaciones prácticas de negar la omnisciencia de Dios al momentos de buscar su dirección para la vida. El libro afirma:

Puesto que Dios no sabe necesariamente con exactitud lo que sucederá en el futuro, siempre es posible que incluso aquello que Él, en su sabiduría inigualable, cree que es el mejor curso de acción en un momento dado no produzca los resultados previstos a largo plazo.

El libro (165) ofrece el siguiente ejemplo:

Dado que es probable que Dios no sepa con exactitud cuál será el estado de la economía en los próximos cinco o diez años, es posible que lo que Él, en su sabiduría, considera que es el mejor plan de estudios para una estudiante en este momento no resulte ser una opción que le permita ejercer la profesión para la que se había preparado después de graduarse.

Entonces, ¿qué sentido tiene orar a Dios? ¿Por qué no consultar a un experto en economía o a un corredor de apuestas de Las Vegas?

Soberanía y sufrimiento

The Openness of God entra en conflicto directo con pasajes de las Escrituras demasiado numerosos para enumerarlos, no obstante el sermón de Pedro en Pentecostés es sin lugar a dudas un buen ejemplo:

A este [Jesús], entregado por determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, tomándolo vosotros, lo matasteis por manos de los inicuos, crucificándolo. Hechos 2:23.

Dios había ordenado la crucifixión de Cristo y había hecho responsables a los «hombres sin ley» de sus acciones pecaminosas. Pedro afirma claramente que Dios es soberano y que los seres humanos son responsables. En palabras de Stephen Charnock,

Dios no ejecuta nada en el tiempo que no haya ordenado desde la eternidad, mediante lo cual debería llevarse a cabo, ya que la determinación de nuestro Salvador de sufrir no fue una nueva voluntad, sino un consejo eterno, y no provocó ningún cambio en Dios.1Existence and Attributes of God, 504

La soberanía de Dios es una doctrina que aparece en cada página de las Escrituras y es una gran fuente de consuelo y seguridad para los creyentes porque nada sucede solo porque sí, o porque Dios se ha alejado para que los humanos puedan tener su libertad. La Biblia me daba la seguridad de la teología cristiana histórica que se ha seguido desde Agustín, pasando por Aquino, los Reformadores y Charnock, hasta llegar a mí, mientras estaba sentado en mi dormitorio estudiando la Palabra. Sin embargo, lo que me resultó asombroso es que Dios no solamente ha ordenado todas las cosas, sino que también se ha sometido a su propia providencia mediante la encarnación y ministerio del Hijo. Como Dorothy Sayers ha observado sagazmente:

Que Dios haga de tirano sobre el hombre es una triste historia de opresión sin alivio; que el hombre haga de tirano sobre el hombre es el triste registro habitual de la futilidad humana; pero que el hombre haga de tirano sobre Dios y lo encuentre mejor hombre de lo que él mismo es resulta ser un drama realmente asombroso.

El segundo interrogante, y para mí el más difícil, estaba relacionado con las afirmaciones de mi profesor sobre el Motor Inmóvil frente al Dios sufriente de Moltmann. Fue una pregunta que me atormentó durante varios años. Cuando dejé el seminario, por fin tuve la oportunidad de estudiar The Crucified God (El Dios crucificado) de Moltmann, y me sentí bastante decepcionado. Mis profesores del seminario hablaban tanto y tan bien de esta obra que me esperaba encontrar con una crítica devastadora de la teología (propia) tradicional y ortodoxa. En vez de eso, el libro me dejó con dos impresiones. En primer lugar, exegéticamente era muy pobre. En segundo lugar, tuve la sensación de que el libro era inexacto, especialmente en cuanto a las afirmaciones referentes a Martín Lutero. Mis sospechas sobre estas afirmaciones históricas de Moltmann fueron confirmadas más tarde por la obra Dominus Mortis, de David J. Luy, en la que se argumenta persuasivamente que Lutero sostenía la doctrina de Dios tradicional y católica: en lugar de un Dios pasibilista, como Moltmann y otros han afirmado, Luy asevera que Lutero enseñaba la doctrina de la impasibilidad de Dios. En cuanto a la primera consideración, relacionada con la justificación exegética y teológica de un Dios inmutable e impasible, autores como Tomás de Aquino; obras como la de Thomas Weinandy Does God Change? y Does God Suffer?; The Existence and Attributes of God, de Stephen Charnock; y las Instrucciones en Teología Eléntica, de Francisco Turretino, me ayudaron a navegar en las distintas cuestiones teológicas para comprender y apreciar que el teísmo clásico traza las líneas de la revelación divina de manera cuidadosa para presentar una imagen precisa del Dios trino.

El Dios Impasible

Algunas personas podrían sentirse intimidadas por la idea de un Dios impasible, un Dios que no puede padecer y, sin embargo, la verdad bíblica de la impasibilidad de Dios ha hecho que mi amor y mi agradecimiento a Él sean más profundos. Dios es totalmente trascendente y no se parece a los humanos. Como dijo Balaam a Balac:

Dios no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta.2Núm. 23:19

Dios es inmutable. O en palabras de Santiago, Dios es el:

Padre de las luces, en quien no hay mudanza ni sombra de variación.3Santiago 1:17

Dios no cambia ni en su ser ni en su felicidad eterna. ¿Por qué? Porque, como explica Aquino, la pasión es el «efecto de una acción», o lo que podemos llamar una reacción. O también, “es cualquier mutación, incluso la que perfecciona la naturaleza”. 4Summa Theologica, Ia c. 97 art. 2.

Expresado en el lenguaje sencillo pero profundo de la Confesión de Westminster:

No hay más que un Dios único, vivo y verdadero, infinito en su ser y perfección, espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones.5Confesión de Fe de Westminster II.i.

Dios afirma su inmutabilidad como el fundamento de su inalterable plan para salvar a Israel: «Porque yo, Jehová, no cambio; por eso vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos» (Mal. 3:6). Si Dios fuera mudable y sujeto a las pasiones, entonces podría cambiar de opinión sobre cualquier cosa. Pero su inmutabilidad e impasibilidad nos dicen que su amor por los pecadores caídos es inamovible.

Puede que alguien todavía cuestione un amor inmutable porque, ¿cómo puede Dios amarme de verdad si está tan alejado y distante de mi sufrimiento? ¿De qué sirve un amor remoto y lejano? Sin embargo, esto es algo asombroso que destaca el teísmo clásico: Dios, que es absolutamente trascendente, se ha acercado a nosotros en la persona del Hijo, quien es plenamente Dios y plenamente hombre. Como nos dice Hebreos: «Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no se pueda compadecer de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (4:15). Asimismo, «y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hb 5,8).

Dios se ha acercado como hombre, y la persona del Hijo ha sufrido como hombre: Dios no está distante, sino que es Emanuel, Dios con nosotros (Is. 7:14; Mt. 1:23). La verdad de la encarnación del Hijo, que es al mismo tiempo «verdadero Dios y verdadero hombre, y aun así un solo Cristo» (CFW VIII.ii) estremeció mi corazón.

La inmutabilidad e impasibilidad de Dios garantizan el hecho de que le amamos porque Él nos amó primero (1 Jn. 4,19), y que su amor por nosotros no cambia ni tampoco lo hará. Sin embargo, si Dios cambia, entonces realmente estremece la idea de que Dios pueda alterar su plan porque algo haya perturbado su felicidad eterna. Felizmente, esto no puede suceder, y podemos regocijarnos sabiendo que el Dios impasible ha asumido una naturaleza pasible al venir como hombre para salvarnos de nuestros pecados. Citando las palabras de John Wesley:

Increíble amor, ¿cómo puede ser que tú, mi Dios, mueras por mí?.

El teísmo clásico ha profundizado mi amor y aprecio por quién es Dios y lo que ha hecho por mí, tan miserable pecador que soy.

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Este artículo ha sido traducido con el permiso del Dr. J.V. Fesko y fue publicado originalmente Credo Magazine. Usted puede comprar los libros del Dr. Fesko aquí.

  • 1
    Existence and Attributes of God, 504
  • 2
    Núm. 23:19
  • 3
    Santiago 1:17
  • 4
    Summa Theologica, Ia c. 97 art. 2.
  • 5
    Confesión de Fe de Westminster II.i.

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