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Catolicismo Reformado

En mi último artículo, la primera parte de esta visión general de los ciclos anuales de lectura de la Biblia en el Libro de Oración Común, hablé sobre Calendario con la Tabla de Lecciones para la Oración de la Mañana y de la Tarde (es decir, el leccionario diario) y de las Epístolas y Evangelios para la Cena del Señor (es decir, el leccionario de la Comunión). Se trata de los dos ciclos anuales de lectura en torno a los cuales se articula todo el sistema del Libro de Oración. Como ya se ha observado, el primer prefacio del Libro de Oración1En la versión de 1662 se añade un nuevo prefacio, pero el prefacio original se conserva bajo un nuevo título, “Sobre el servicio de la Iglesia”. considera la escucha de la lectura de las Escrituras como el fin primordial de la liturgia, “para que el pueblo (por la lectura diaria de las Sagradas Escrituras en la Iglesia) pueda beneficiarse cada vez más en el conocimiento de Dios, y estar más inflamado en el amor de su verdadera Religión”. En este ensayo, exploro un tercer ciclo, las Lecciones Propias para los domingos y días santos, que está integrado en el leccionario diario. A continuación, hago una digresión para abordar las cuestiones planteadas por los días de letra negra en el calendario del Libro de Oración.

Lecciones propias para los domingos y días santos

Los domingos y algunos otros días del año se llaman “días santos” porque son días apartados de las actividades mundanas para conmemorar la Resurrección (los domingos en general, y la Pascua en particular) y otras manifestaciones de la gracia de Dios. Se llaman “fiestas” o “días de fiesta” porque estos actos de misericordia divina invitan a una celebración gozosa. También se les suele llamar “días de letras rojas”, porque en los manuales litúrgicos medievales se solía utilizar tinta roja para distinguir los domingos y las fiestas mayores de las menores en el calendario litúrgico. La primera edición impresa del Libro de Oración de 1549 de Whitchurch continúa esta tradición. El de 1549 tiene veintidós días con letras rojas además de los domingos del año; el de 1552 suprime María Magdalena, lo que da como resultado 21 días festivos además de los domingos. Once de ellos son días fijos, mientras que diez se mueven cada año en relación con la fecha de Pascua.

Todos los días con letras rojas tienen asignados Lecciones propias de comunión [o sea, del servicio de Santa Comunión, santa cena, etc.] – una colecta, una epístola y un evangelio -, de modo que, además de las lecturas matutinas y vespertinas, en esos días debe leerse la Antecomunión. A estos días también se les asignan lecciones propias que rompen el esquema de lectio continua de las lecciones leídas en el oficio diario. Para los días fijos, las lecciones propias están escritas en el calendario. Las fiestas móviles, por supuesto, no pueden indicarse así, por lo que, cualquiera que sea el día del mes en que caigan, sustituyen a las lecturas designadas en la tabla mensual. En las ediciones eduardianas del Libro de Oración, sólo cinco domingos reciben lecciones propias: Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés y Trinidad (tradicionalmente las cinco fiestas más importantes del calendario litúrgico occidental); todos ellos, excepto el domingo de la Trinidad, reciben salmos propios. De los veintidós (en 1549) o veintiún (en 1552) días santos, a algunos se les da sólo la primera lección, a otros la segunda y a unos pocos ambas (pero a ninguno se le dan salmos propios que rompan la continuidad del ciclo mensual del salterio). En estos días, la(s) lección(es) propiamente dicha(s) está(n) relacionada(s) con la conmemoración especial, normalmente la muerte (a menudo por martirio) de un apóstol, evangelista u otro santo bíblico, pero a veces otras ocasiones del Nuevo Testamento, como la Circuncisión de Cristo. Cuando sólo se ofrece una primera o segunda lección, la otra lección que se lee es la asignada en el leccionario diario, lo que significa que no hay una conexión intencionada entre estas dos lecciones (aunque, a veces, hay coincidencias notablemente afortunadas).

El Libro de Oración isabelino (1559) amplía y regulariza este principio. Proporciona primeras lecciones propias para la Oración de la Mañana y de la Tarde para todos los domingos del año, mientras que para Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés y Trinidad proporciona tanto una primera como una segunda lección para reemplazar las lecciones asignadas en el leccionario diario, y para todos ellos excepto Trinidad (igual que en las ediciones eduardianas) asigna salmos propios (reemplazando los habituales para ese día del mes); en la versión de 1662 dos días de ayuno reciben salmos propios, Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Para todos los días festivos, proporciona primeras lecciones, pero a trece de ellos se les asigna tanto una primera como una segunda lección. Las primeras lecciones dominicales – innovación isabelina – siguen una especie de lectio continua propia. Desde Adviento hasta Epifanía, se leen veintidós capítulos de Isaías, ninguno fuera de orden (aunque no se leen todos los capítulos). En Septuagésima [el período litúrgico de tres semanas que precede a la Cuaresma] se lee Génesis 1 y las primeras lecciones avanzan por el Pentateuco en orden (de nuevo, no todos los capítulos, pero sin saltos); la ruptura inicial en esta secuencia es la primera lección de Vísperas de Pentecostés, cuando se lee Sabiduría 1. La Oración Matutina de Trinidad también está fuera de secuencia, retomando un capítulo del Génesis omitido en Cuaresma, el 18, por su idoneidad para este día (el Señor se aparece a Abraham en Mambré como tres visitantes). Pero en la Oración Vespertina del domingo de la Trinidad se reanuda la lectura secuencial, con Josué 1 y la historia de Israel y Judá se lee durante la mayor parte de la Trinidad, hacia el final de la cual se asignan selecciones de los profetas Jeremías, Ezequiel, Daniel, Joel, Miqueas y Habacuc, antes de terminar el año con selecciones de Proverbios. Así, las lecciones dominicales presentan todo el arco del Antiguo Testamento a través de una lente cristológica. Como dice Samuel Bray

Presentan la historia de Israel desde la creación hasta el exilio, pero también, al enmarcar cuidadosamente la narración del Antiguo Testamento con Isaías y Proverbios, nos orientan sobre cómo leer esa historia. Buscamos a Cristo (Lucas 24). Y también, como en un espejo, nos miramos a nosotros mismos, con la advertencia de ser “el que mira la ley perfecta, la ley de la libertad, y persevera, no siendo oidor que olvida, sino hacedor que actúa”.2St 1,25.

Aunque las lecciones propias de los domingos requieren una pausa semanal en la lectio continua del leccionario diario, las pausas no caen en los mismos días del mes cada año (de modo que los capítulos que se pierden un año se leerán en los años siguientes). Este ciclo ofrece un segundo medio de lectura del Antiguo Testamento que destaca específicamente su interpretación a la luz del Evangelio, como hizo el propio Cristo: “comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicaba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (Lc 24, 27). La ventaja de esta segunda lectura cristológica del Antiguo Testamento parece superar la desventaja de la interrupción semanal del leccionario diario.

En 1561, Isabel ordenó al arzobispo Parker que revisara cuidadosamente el calendario diario. Se hicieron pocos cambios, y los que se hicieron fueron menores (por ejemplo, la segunda lección para el canto de vísperas en la fiesta de la Circuncisión era antes Deut. 10; Parker la acortó para que comenzara en el v. 12). Además, Parker marcó algunas vísperas de días de ayuno con letras rojas; se añadieron doce días de ayuno (aunque no uno en cada mes) a los dos días de ayuno ya marcados en las ediciones eduardianas: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. La edición de 1662 añade una lista de “Días de ayuno o abstinencia” que añade estos días adicionales: los cuarenta días de Cuaresma, los cuatro días de Témporas, los tres días de las Rogaciones y todos los viernes del año (excepto cuando el día de Navidad cae en viernes). El ayuno tiene el efecto de resaltar la fiesta al aumentar el contraste con el día que la precede. El objetivo principal del ayuno es la preparación espiritual. Al abstenerse temporalmente de las comodidades habituales (en ambos sentidos: fuente de fortaleza y de consuelo), la atención puede reorientarse hacia el más elevado y único consuelo permanente; el tiempo (empleado en la preparación y el consumo de alimentos) puede reorientarse hacia la oración, la lectura de las Escrituras y el autoexamen (especialmente si uno tiene la intención de recibir la Cena del Señor el día de la fiesta); y los recursos (que se habrían gastado en alimentos) pueden reorientarse hacia fines caritativos.

Nota sobre los días señalados en letras negras

Los calendarios eclesiásticos medievales (que diferían en mayor o menor medida en las distintas jurisdicciones eclesiásticas) incluían frecuentes pausas en la lectura continua para muchas fiestas menores, es decir, días de letra negra, además de las fiestas mayores del año litúrgico. Por ejemplo, en el Breviario de Sarum, sólo el mes de enero tiene dieciocho días festivos con lecciones propias, catorce de las cuales están tomadas de textos no bíblicos3Prichard, 2018, p. 147. Los días festivos [días santos] eran días para descansar del trabajo mundano (de ahí el uso actual de vacaciones, que ha perdido su asociación religiosa, pero significa simplemente un día o días que uno puede tomarse libre del trabajo). Los jornaleros, por tanto, no cobraban en esos días, por lo que las fiestas, si bien podían ser una fuente de alegría, también podían ser una fuente de miseria4Tomlinson, 1897, p. 2.En la Alta Edad Media hubo muchos llamamientos a la reforma del calendario.

Enrique VIII instituyó una reforma del calendario en 15365Tomlinson, 1897, p. 3. Una reforma más profunda llegó bajo Eduardo VI, en la primera edición del Libro de Oración Común. En el calendario revisado de Cranmer (en 1549) no figuraba ningún día negro. Los únicos días sagrados eran los domingos y las veintidós fiestas principales, una reforma del calendario propuesta por Erasmo a principios del siglo XVI6Tomlinson, 1897, p. 2. La revisión de 1552 establece cuatro días con letra negra: San Jorge (23 de abril), San Lorenzo (10 de agosto), San Clemente (23 de noviembre) y el día de Lammas (1 de agosto). Cranmer no nos dejó ninguna explicación de los motivos de este cambio. Es posible que Cranmer viera a Clemente de Roma como una figura bíblica, ya que el Clemente mencionado por Pablo en Filipenses 4:3 se identificaba tradicionalmente con Clemente de Roma. La costumbre popular inglesa de “clementing” continuó en algunos lugares hasta bien entrado el siglo XIX: los niños iban de puerta en puerta pidiendo manzanas, peras, nueces y otras golosinas, a cambio de las cuales cantaban. Lorenzo de Roma, diácono martirizado en la persecución de Valeriano, fue uno de los mártires occidentales más venerados, nombrado en el Canon Romano de la Misa (así como en su variante del Sarum). Jorge, soldado romano de alto rango martirizado en la persecución de Diocleciano, fue otro de los mártires más populares de la Iglesia occidental medieval. En el siglo XIV, Jorge se convirtió en patrón oficial de Inglaterra, cuando Eduardo III fundó la Orden de la Jarretera; poco a poco fue desplazando a Edmundo el Mártir y a Eduardo el Confesor, gracias en gran medida a Eduardo VI, que dejó de enarbolar los estandartes de los otros dos santos patronos tradicionales de Inglaterra (de ahí que la bandera nacional de Inglaterra sea una cruz roja sobre campo blanco, que ya en el siglo XII se había asociado a Jorge). El día de Lammas celebra la cosecha del trigo, un día en el que se celebraba una feria, por lo que en este caso es obvia una razón secular para anotarlo en el calendario. A ninguno de estos días de letra negra se le asignan lecciones propias, por lo que no rompen el patrón de lectura continua. A ninguno se le asignan tampoco puntales para la Comunión. En otras palabras, aunque estos días están marcados en el calendario, no se observan litúrgicamente.

Como ya se ha señalado, en 1561 Isabel ordenó a Matthew Parker, arzobispo de Canterbury, que revisara el calendario del Libro de Oración. Parker añadió esta nota:

Estos deben observarse como días santos y ningún otro.

Es decir, todos los domingos del año; los días de las fiestas: de la Circuncisión de nuestro Señor Jesucristo; de la Epifanía; de la Purificación de la bienaventurada Virgen; de San Matías Apóstol; de la Anunciación de la bienaventurada Virgen; de San Marcos Evangelista; de los Santos Felipe y Jacobo [es decir, Santiago], Apóstoles; de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo; de la Natividad de San Juan Bautista; de San Pedro Apóstol; de Santiago Apóstol; de San Bartolomé Apóstol; de San Mateo Apóstol; de San Miguel Arcángel; de San Lucas Evangelista; de los Santos Simón y Judas, Apóstoles; la celebración de Todos los Santos; de San Andrés Apóstol; de Santo Tomás Apóstol; de la Natividad de Nuestro Señor; de San Esteban Mártir; de San Juan Evangelista; de los Santos Inocentes; lunes y martes de Semana Santa; lunes y martes de Pentecostés.

Parker añadió cincuenta y nueve días de letras negras al calendario, pero al igual que los cuatro días de letras negras de 1552, no asignó ninguna lección propia a estos días. En 1604, sin autorización, los impresores empezaron a añadir el nombre de Enurchus al 7 de septiembre, un error ortográfico del nombre de Evurtrius, un obispo de Orleans relativamente desconocido7MacCulloch, 2016, p. 136. La razón de ello era casi con toda seguridad seguir marcando el cumpleaños de la reina Isabel después de que fuera sucedida por Jacobo I (el día de la natividad y de la ascensión del monarca reinante se marcaba como día de letra roja en el calendario del Libro de Oración). El mal escrito Enurchus se añadió oficialmente en 1662, junto con Hugh de Lincoln, el 17 de noviembre (que casualmente es el día de la ascensión de Isabel I), el Venerable Beda, el 27 de mayo, y Alban el Mártir, el 17 de junio. En 1662 también se añadió la lista de días de ayuno señalada anteriormente, sobre la que debemos observar además que dos de los días de ayuno prescritos, las témporas del 14 de septiembre y del 13 de diciembre, coinciden con días de letras negras -el día de la Santa Cruz y el día de Lucía-, lo que significa que los obispos de la Restauración no podían haber pensado en los días de letras negras como días de fiesta. A partir de 1552 (cuando se añaden los primeros días de letras negras al calendario del Libro de Oración), no se prevé la observancia litúrgica de los días de letras negras; de hecho, la nota que enumera los días santos excluye explícitamente la observancia de estos días. El canon 88 de las Constituciones y Cánones de la Iglesia de Inglaterra de 1604 hace más explícita la cuestión al prohibir cualquier observancia litúrgica de los mismos. ¿Qué sentido tenía, entonces, inscribirlos en el calendario?

El tercer arzobispo de Canterbury de Isabel, John Whitgift, defendió la inclusión de estas fiestas frente a las protestas de quienes se oponían a los “días festivos observados por los papistas”, explicando que sólo pretendían “expresar los tiempos habituales de los pagos, y los tiempos de los tribunales y sus retornos”8Citado en Haugaard, 1968, p. 118 (he modernizado la ortografía).. “En otras palabras, era habitual que los contratos y arrendamientos y otros documentos legales utilizaran los nombres tradicionales de los días en lugar del día del mes, por lo que la inclusión de estos nombres en el calendario del Libro de Oración era útil por razones seculares (aunque los historiadores modernos han señalado que muchos nombres de días tradicionales que se utilizaban comúnmente en asuntos seculares no se incluyeron en los cincuenta y nueve días añadidos por Parker, por lo que no es tan útil en este sentido como podría haber sido). Tras la Restauración de 1660, los obispos reunidos en la Conferencia de Saboya reiteraron el razonamiento de Whitgift y añadieron que “son útiles para la conservación de la memoria [de los santos]”9 Citado de Haugaard, 1968, p. 119, aunque la autenticidad de un buen número de estas figuras o de los actos asociados a ellas es muy dudosa. El comentario de Wheatley de principios del siglo XVIII sobre el Libro de Oración sólo apunta a la utilidad secular de marcar estos días.

Conclusión

Los tres ciclos anuales de lectura bíblica del Libro de Oración Común de 1662 -el calendario diario, las lecciones dominicales y las lecciones propias de la Comunión- proporcionan tres medios diferentes de “exponer” la gran narrativa de las Escrituras. Los ciclos fueron diseñados para trabajar juntos. Las lecciones diarias -en las que el Antiguo Testamento se lee una vez al año, y el Nuevo Testamento tres veces- proporcionan una vista de pájaro. Las primeras lecciones de los domingos proporcionan una segunda visión global del Antiguo Testamento, pero con una lente doctrinal, centrada en cómo Moisés y los Profetas hablan de Cristo. Juntos proporcionan dos medios diferentes y complementarios de escuchar y llegar a un acuerdo con el Antiguo Testamento. En cambio, las lecciones propias de la Comunión profundizan en momentos concretos del Nuevo Testamento. Las lecciones diarias apoyan la alfabetización bíblica general, mientras que las lecciones propias de la Comunión apoyan la enseñanza de las doctrinas de la Iglesia. Como estas lecturas son cortas (excepto, por supuesto, en Semana Santa), invitan al predicador y a la asamblea a profundizar. Esa profundidad depende de la familiaridad general con las Escrituras que proporcionan las lecciones diarias; sin ella, las lecciones propias de la Comunión tendrían poco sentido. No se reconocerían las alusiones a otras partes de las Escrituras. El lugar que ocupan en arcos narrativos más amplios pasaría desapercibido. Además, las conexiones entre las perícopas de la Epístola y del Evangelio quedan oscurecidas sin la familiaridad con otros pasajes con los que ambas se relacionan de algún modo. Así pues, aunque las lecturas específicas de estos tres ciclos no se seleccionan para que se complementen o conecten entre sí en un determinado domingo u otro día festivo, los tres ciclos están diseñados para ir juntos. El modo en que se complementan es visible a niveles más amplios de análisis, evidente cuando consideramos el año completo y, más aún, cuando consideramos muchos años de repetición de los ciclos.


Este artículo ha sido traducido con el permiso del Dr. Drew Keane. Él es uno de los editores de la versión internacional del Libro de Oración Común de 1662.

 

  • 1
    En la versión de 1662 se añade un nuevo prefacio, pero el prefacio original se conserva bajo un nuevo título, “Sobre el servicio de la Iglesia”.
  • 2
    St 1,25.
  • 3
    Prichard, 2018, p. 147
  • 4
    Tomlinson, 1897, p. 2
  • 5
    Tomlinson, 1897, p. 3
  • 6
    Tomlinson, 1897, p. 2
  • 7
    MacCulloch, 2016, p. 136
  • 8
    Citado en Haugaard, 1968, p. 118 (he modernizado la ortografía).
  • 9
    Citado de Haugaard, 1968, p. 119

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