La Institución de la Religión Cristiana se publicó por primera vez en 1536. su propósito principal era presentar un resumen de los principios fundamentales de la fe y que dicho resumen sirviera como una introducción al estudio de las Sagradas Escrituras. El título original de la obra, bastante largo, como era la costumbre, fue: Instituciones de la Religión Cristiana abarcando casi toda la suma de la piedad y todo lo necesario para saber la doctrina de la salvación: una obra muy digna de ser leída por todas las personas celosas de la piedad, y recientemente publicada.
Calvino quería que los lectores de su obra comprendieran que las Instituciones contenían el conocimiento fundamental de la verdadera religión, conocimiento que nos dirige hacia una verdadera devoción. Es por eso que él mismo, al principio1Para la edición de 1539, Calvino retiró la frase ‘summa pietatis’ del título, puesto que ya no quería que su obra fuese percibida como una guía catequética o una herramienta básica, sino como una obra teológica más compleja, sistemática, profunda y estructurada para estudios teológicos más avanzados. El propósito de las Instituciones trascendió de Catequesis a Lugares Comunes o Disputaciones., definió la Institución como summa pietatis, es decir, una suma de la piedad cristiana, porque el propósito final de la lectura de los Institutos2En el ámbito hispanohablante, es común referirse a la Institución de la Religión Cristiana de Calvino como los Institutos, las Instituciones o la Institución. era el estudio de la Palabra de Dios el cual, a su vez, produce una verdadera piedad caracterizada por la gratitud a Dios, el amor a Dios y la obediencia a la voluntad de Dios.
Es precisamente por esta razón que una parte muy significativa de la Institución está dedicada a los tópicos de la Iglesia y los Sacramentos. Calvino sostiene que la Iglesia visible es la madre y maestra de la piedad, y que este título es muy apropiado ya que es ella quien nos nutre y nos conduce a una vida de fe y obediencia:
…no hay otro camino para llegar a la vida sino que seamos concebidos en el seno de esta madre, que nos dé a luz, que nos alimente con sus pechos, y que nos ampare y defienda hasta que, despojados de esta carne mortal, seamos semejantes a los ángeles.34.1.4
Calvino considera que la Iglesia es el instrumento designado por Dios para hacer que su pueblo sea perfeccionado. Empezando por el hecho de que fuera de la Iglesia no hay perdón de pecados ni salvación4Idem y es a ella a quien Dios ha dado el ministerio de la predicación del Evangelio para inspirar en nosotros la fe54.1.5 y la administración de los sacramentos para la ayuda de la fe.64.14.1
Los sacramentos como señales visibles de la gracia
Para el maestro de Ginebra y siguiendo a San Agustín, la importancia de los sacramentos reside en que no solo confirman las promesas divinas a los creyentes, sino que también actúan como sellos visibles de la gracia, mediante los cuales el creyente atestigua ante Dios, los ángeles y los hombres su reverencia y piedad7Idem. Los sacramentos no son, entonces, meros rituales vacíos, sino ejercicios de piedad84.14.19 que mantienen, levantan y confirman la fe94.14.20, sirviendo como instrumentos en los que el Señor nos da su misericordia y la vida eterna.104.13.6
La mejor forma de aprovechar los sacramentos es, en primer lugar, entendiendo lo que son. Aunque provee sus propias definiciones para sacramento, hablando de este como una señal externa con la que el Señor sella en nuestra conciencia las promesas de su buena voluntad, o también, como un testimonio de la gracia de Dios para con nosotros que se confirma con una señal externa, el francés entiende que sus definiciones están influenciadas por el obispo de Hipona:
Cualquiera de estas definiciones que tomemos está de acuerdo en cuanto al sentido con la que propone san Agustín cuando dice: «Sacramento es una señal visible de una cosa sagrada»; o bien, que es una forma visible de una gracia invisible.114.14.1
Siendo que son señales visibles de una realidad espiritual, el reformador nos advierte que los sacramentos no deben ser recibidos de manera mecánica o supersticiosa, no debemos detenernos en lo que vemos (los signos externos) sino contemplar los sublimes misterios que estos encierran.124.14.5 Los que se detienen en el signo externo se alejan muchísimo del verdadero camino para hallar a Cristo134.17.36 puesto que, con su ascensión, el Señor ha dejado en claro que no lo debemos buscar aquí en la tierra sino que más bien debemos esperarlo hasta que regrese de allí (Fil 3:20), es por esto que el apóstol Pablo nos manda a buscar “las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col 3:1). Calvino es demasiado insistente sobre el deber de elevar nuestra fe y adoración hacia Aquel que es el autor de los sacramentos144.14.12 pues el propósito de estos no es retener nuestra mirada en lo terrenal, sino en ser medios para que nuestra mente y corazón se eleven a lo celestial.
Elevación espiritual y comunión con Cristo
Esta falta de elevación llevó a la Iglesia de Roma a un error aún mayor: la adoración del sacramento. Al quedarse únicamente en el signo visible, no solo pervirtieron su naturaleza y propósito, sino que despojaron a Dios del honor que le es debido para dárselo a una cosa creada154,17,36. En lugar de ver el sacramento como un medio que nos eleva a Cristo, lo redujeron a un objeto de culto, forjando así un nuevo dios y convirtiendo el santísimo sacramento en un ídolo abominable.16Idem
Para evitar dichos errores, Calvino insiste, como ya hemos señalado, en que el creyente debe, a través de una piadosa consideración, elevar su entendimiento por encima del signo visible y ser así conducido a Cristo mediante el Espíritu Santo. ¿Cómo es esto exactamente? Calvino lo explica magistralmente:
Por lo demás, si elevamos nuestros ojos y nuestro entendimiento al cielo, y somos transportados allá para buscar a Cristo en la gloria de su reino, así como los signos nos conducen a Él todo entero, igualmente bajo el signo del pan seremos distintamente alimentados con su cuerpo, y bajo el del vino, con su sangre, teniendo así plena participación en Él. Porque aunque Él nos ha privado de la presencia de su carne y ha subido al cielo con el cuerpo, sin embargo está sentado a la diestra del Padre; lo que quiere decir, que reina con el poder, majestad y gloria del Padre. Este reino no está limitado por espacios ni lugares de ninguna clase, ni tiene término ni medida alguna; Jesucristo muestra su virtud y potencia donde le place, en el cielo y en la tierra; está presente en todo lugar con su potencia y virtud; siempre está con los suyos, inspirándoles vida; vive en ellos, los sostiene y confirma; les da fuerza y vigor, ni más ni menos como si estuviese corporalmente presente con ellos; en suma, los apacienta con su cuerpo, haciendo que de Él fluya hasta ellos la participación del mismo por la virtud de su Espíritu. Tal es el modo como se recibe en el sacramento el cuerpo y la sangre de Cristo.174.17.18
Los signos del pan y el vino no contienen a Cristo, sino que nos conducen hacia Él. En lugar de Cristo ser sometido y encerrado bajo la apariencia de elementos terrenales, por la acción secreta de su Espíritu nos eleva o transporta hacia sí mismo para gozar allí de su presencia.184.17.31 El problema de los luteranos y romanistas, a quien el reformador también se dedica refutar en la Institución, consiste en que, al parecer, no pueden concebir otra forma de participación del cuerpo y la sangre de Jesucristo si no lo tienen aquí abajo y lo tocan y manejan a su gusto.194.17.16 El hecho de que la carne de Cristo esté alejada de nosotros por una inmensa distancia no significa que no pueda penetrar hasta nosotros haciéndose alimento nuestro.204.17.10 Así como el sol está físicamente lejos de nosotros pero alumbra con sus rayos para engendrar, mantener y hacer crecer los frutos de la tierra, ¿no puede también el resplandor e irradiación del Espíritu de Cristo, cuya eficacia es infinitamente mayor, darnos la comunión de su carne y de su sangre?214.17.12
Cuando Calvino afirma que los creyentes somos transportados, no está hablando de un viaje literal al cielo sino de una elevación mediante la fe que obra el Espíritu. Pero al hablar de una participación espiritual, tampoco significa que no sea verdadera, real o sustancial.
…si bien todos estos beneficios se reciben por la fe, sin embargo de ningún modo admito el subterfugio de que, aunque recibimos a Jesucristo por la fe, lo recibimos solamente con el pensamiento y la imaginación […] Sostengo, pues, que en la Santa Cena, Jesucristo se nos da verdaderamente bajo los signos del pan y del vino, y que verdaderamente se nos da su cuerpo y sangre, en los cuales ha cumplido toda justicia con su obediencia para alcanzarnos la salvación. Y digo que esto se hace primeramente para hacer de Él y de nosotros un solo cuerpo; y en segundo lugar, a fin de que, siendo partícipes de su sustancia, sintamos también su virtud, comunicando con todos sus bienes.224.17.11
“Recibir a Jesucristo por la fe” significa, para el teólogo ginebrino, abrazar con firme convicción las palabras del apóstol Pablo cuando dijo “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1 Co. 10:16) y también las de nuestro Señor cuando, en el aposento alto, dijo a sus discípulos “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” y “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto” (Mt 26: 26-28). No podemos tomar estas palabras como “una expresión metafórica” sino concluir que cuando se nos da el signo “también se nos dará realmente la sustancia”. Tenemos que admitir, que la realidad de la cosa significada está unida a los signos, a no ser que alguno “quiera llamar a Dios engañador” porque, afirma Calvino “¿con qué fin el Señor te pondría en la mano el signo de su cuerpo, sino para asegurarte que verdaderamente participas de él?”234.17.10
Por la certeza de la Palabra de Dios y el carácter de su Autor, nos vemos obligados a afirmar que la realidad y sustancia del cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, está unida a los signos del pan y del vino, más esta unión no sucede por una transformación sustancial del pan y el vino, “como si el cuerpo de Cristo descendiese a la mesa y estuviese en ella con una presencia local, de modo que las manos pudiesen tocarlo, los dientes masticarlo, y la garganta tragarlo” sino que, por la operación del Espíritu nos hace gozar plena y verdaderamente de su comunión, para mantenernos y sustentarnos “con la comida de su carne y la bebida de su sangre”. Sólo aquellos que poseen el Espíritu de Cristo, por la fe, pueden disfrutar de esa participación sustancial y espiritual de la carne y sangre de Cristo.
El error de la transubstanciación
Contrario a lo que afirman algunos, presencia espiritual no significa que Jesucristo se encuentre espiritualmente en los elementos del pan y el vino, antes bien, significa que por la acción secreta del Espíritu Santo, ascendemos al cielo, donde está la humanidad de nuestro Señor, y allí participamos sustancialmente de su carne y de su sangre, la cual Él mismo declaró ser “verdadera comida, y verdadera bebida” y prometió que quienes la comieran y bebieran tendrían vida eterna (Jn 6: 54, 55). Es por esto que Calvino afirma que “el sacramento nos remite a la cruz de Cristo, donde esta promesa ha sido del todo realizada y cumplida”. La transubstanciación, al insistir en la presencia local de Cristo, se aparta de la enseñanza de la Escritura, la cual afirma sobre Él “que es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas” (Hch 3:21).
Al mismo tiempo, también se apartan de la Iglesia antigua al empecinarse en que busquemos al Señor en el pan, donde está, supuestamente, ‘invisiblemente encerrado’. Calvino refuta esta idea señalando que nunca se oyó el nombre de transubstanciación en los primeros siglos y que el lenguaje común era simplemente que el cuerpo y la sangre de Cristo estaban unidos en la Cena con el pan y el vino. Además, esta doctrina contradice el llamado litúrgico de la Iglesia primitiva, que antes de la consagración exhortaba a los creyentes a “levantar sus corazones a lo alto”, dirigiendo así su mente y su espíritu hacia Cristo, quien está sentado a la diestra de Dios. Pero si Cristo está presente corporal y localmente en el pan, ¿que sentido tendría llamar a los creyentes a elevar su entendimiento más allá del signo visible?
Calvino señala que la controversia con los romanistas no versa estrictamente sobre aquello de lo cual se participa en el sacramento, tanto romanistas como reformados afirman que participamos de Cristo en la Eucaristía, la diferencia radica en cómo ocurre esta participación:
Nuestra controversia y diferencia es solo en cuanto al modo. Ellos ponen a Cristo en el pan; nosotros decimos que no es lícito hacer descender a Cristo del lugar que ocupa en el cielo. Quién de nosotros está en lo cierto, que lo juzguen los lectores; con tal que se evite la calumnia de quitar a Cristo de la Cena, si lo encierran bajo el pan. Porque dado que este misterio es celestial, no es necesario que Jesucristo sea traído aquí abajo para que esté unido a nosotros.244.17.31
Cuando se afirma que participamos metafísica y espiritualmente de la sustancia de la humanidad de Cristo que se encuentra en el cielo, debemos admitir que no comprendemos a plenitud cómo es que esta participación sucede, es por esto que Calvino afirma que “es un misterio tan profundo que ni mi entendimiento lo puede comprender, ni acierto a explicarlo con palabras”.
Dos maneras de apelar al misterio
Calvino apela al misterio para señalar que el modo en que participamos de Cristo en la Cena sobrepasa nuestra comprensión racional, pero sin contradecirla. En contraste, los romanistas apelan al misterio para ocultar una contradicción: afirman que la sustancia del pan desaparece mientras sus accidentes permanecen, y que Cristo está real y sustancialmente presente en el pan, pero sin las propiedades de un cuerpo físico. No es lo mismo apelar al misterio como un acto de humildad ante lo inexplicable que usarlo como una evasión de un problema lógico y teológico.
Desde la perspectiva reformada, la comunión con Cristo en la Cena no contradice la razón, sino que la trasciende. Por eso, finalmente, Calvino afirma:
…más bien lo experimento, que lo entiendo. Por ello, para no alargar más esta disputa, yo adoro y abrazo la promesa de Jesucristo, en la cual podemos descansar. Él declara que su carne es el sustento de nuestra alma, y su sangre nuestra bebida. Yo le ofrezco mi alma para que la sustente y mantenga con ese alimento. Él ordena que en su Cena reciba su cuerpo y su sangre bajo los signos del pan y del vino; me manda que lo coma y que lo beba. Yo por mi parte no dudo, sino creo que verdaderamente me lo da, y que lo recibo.254.17.32
Conclusión
La visión reformada de la Eucaristía dista mucho de ser una negación de la presencia de Cristo, antes bien, afirma que cada creyente tiene una verdadera participación de la humanidad de Nuestro Señor mediante la fe que obra el Espíritu. Esta comunión con Cristo en la Cena no ocurre por la transformación sustancial de los elementos ni por una presencia local, sino por la obra del Espíritu Santo, quien nos une a Cristo en su ascensión y gloria. Ante el sublime misterio de esta comunión, el reformador de Ginebra no recurre a especulaciones filosóficas ni apela convenientemente al misterio para disfrazar una contradicción, sino que abraza con fe la promesa de Cristo, que su carne y su sangre son el sustento de nuestra alma. ¿Cómo ocurre esta participación? Calvino sabe que esto es algo que rebasa nuestra comprensión, por eso nos confiesa: ‘Más bien lo experimento, que lo entiendo’.
- 1Para la edición de 1539, Calvino retiró la frase ‘summa pietatis’ del título, puesto que ya no quería que su obra fuese percibida como una guía catequética o una herramienta básica, sino como una obra teológica más compleja, sistemática, profunda y estructurada para estudios teológicos más avanzados. El propósito de las Instituciones trascendió de Catequesis a Lugares Comunes o Disputaciones.
- 2En el ámbito hispanohablante, es común referirse a la Institución de la Religión Cristiana de Calvino como los Institutos, las Instituciones o la Institución.
- 34.1.4
- 4Idem
- 54.1.5
- 64.14.1
- 7Idem
- 84.14.19
- 94.14.20
- 104.13.6
- 114.14.1
- 124.14.5
- 134.17.36
- 144.14.12
- 154,17,36
- 16Idem
- 174.17.18
- 184.17.31
- 194.17.16
- 204.17.10
- 214.17.12
- 224.17.11
- 234.17.10
- 244.17.31
- 254.17.32