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Catolicismo Reformado

En los círculos reformados está surgiendo una clase de eclesiásticos que me anima. Se llaman a sí mismos católicos reformados (o Irénicos Reformados), el término preferido por muchos de los grandes escolásticos protestantes a los que no les gustaba mucho el término “calvinista”. Los católicos reformados se diferencian de los llamados progresistas en que valoran su identidad confesional en lugar de defenderla solo de lengua. También difieren un poco de otro grupo de acérrimos confesionalistas.

Desde hace muchos años, quienes se han tomado en serio la Confesión de Fe de Westminster —quizá demasiado en serio para algunos— han sido designados en ocasiones con el peyorativo “VR” (verdaderamente reformados; originalmente, TR por sus siglas para el inglés “Truly Reformed”). No pocas veces he oído la etiqueta: “es un VR (tal cual)”. 

Ahora bien, tal y como yo entiendo el término, los verdaderamente reformados son unhotter sort” [un tipo más radical] de presbiterianos. También hay bautistas que son así. Conozco a algunos de ellos, y no me disculparé por decir que algunos de los hombres más piadosos que conozco son verdaderamente reformados (o serían tildados de esa manera). Cuento a muchos de ellos como amigos y los admiro.

Entre este grupo, a veces me preocupa que su celo por la fidelidad confesional —un celo noble, en sí mismo— pueda reflejar a veces una lectura demasiado restringida de la diversidad de la tradición reformada y de nuestra historia confesional reformada. Pueden leer nuestras confesiones de una manera un tanto ahistórica. Así, tienden a trazar las líneas de la ortodoxia de forma bastante estrecha, excluyendo puntos de vista de la tradición que tienen bastantes precedentes históricos. Debemos admitirlo: nuestra tradición tiene mucha diversidad. Muchísima. Y esta diversidad está presente en la forma en que se formaron nuestras Confesiones si las leemos con atención (para muestra un botón: la naturaleza de la recompensa de Adán es ambigua).

Diversidad en la Tradición Reformada

Por ejemplo, tomemos la hipotética posición universalista sobre la expiación. No soy un universalista hipotético . Pero también soy consciente de que hasta una cuarta parte de la tradición reformada, incluidos los primeros reformadores, eran universalistas hipotéticos. De hecho, si un universalista hipotético —llamémosle Edmund1Por Edmund Calamy, teólogo y líder de la iglesia presbiteriana del siglo XVII.— viniera al Western Canada Presbytery (la iglesia presbiteriana en Canadá) para ser interrogado, no consideraría que su postura atacara los puntos vitales de la Confesión2Refiriéndose a la Confesión de Fe de Westminster. Está muy cerca, pero las mejores versiones del universalismo hipotético —que difieren de los puntos de vista de Amyraut o Cameron— son prácticamente indistinguibles de ciertas versiones (¡sí, versiones!) de la redención particular. John Owen era en realidad el teólogo novel cuando escribió Vida por Su muerte. De hecho, Owen fue un teólogo innovador para su época, que rara vez temía decir las cosas de forma diferente o novedosa.

Este ejemplo anterior sobre el alcance de la expiación abre una puerta al tema descrito al principio de este artículo. Intuyo que puede haber un número creciente de jóvenes eclesiásticos que han tenido una formación histórico-teológica particularmente buena en el extranjero y también aquí en Estados Unidos. Entienden el sentimiento de fondo que hubo en Ratisbona (Resenburg) . Han luchado contra la diversidad de la tradición reformada en la Edad Moderna temprana. Han leído muchas fuentes primarias, por lo que no se han dejado embaucar por parte de la literatura reformada popular anterior que hacía muchas afirmaciones sin muchas pruebas. Han visto que existe un precedente de una sana catolicidad reformada. Por eso están dispuestos a ser un poco más permisivos con las posturas con las que no están de acuerdo. Sí, el evangelio debe ser defendido, pero dicho evangelio no está necesariamente bajo ataque cuando alguien niega que Adán pueda merecer vida celestial o cuando afirma que hubo elementos de gracia (cuidadosamente entendidos, por supuesto) en la “administración adámica”. 

El problema con mucha de la teología polémica realizada por los que podrían llamarse verdaderamente reformados es su inclinación a lanzarse a la yugular con demasiada facilidad y rapidez. Se puede adquirir el hábito de leer lo peor en el punto de vista de alguien y llamarle moralista. Esto tiene una doble consecuencia. En primer lugar, llamar moralista a alguien es decir que va a ir al infierno. Es la más grave de todas las herejías, y no es una acusación que deba tomarse a la ligera. Un moralista cree que estamos justificados por Cristo y algo más (por ejemplo, por la circuncisión). En segundo lugar, ¿qué hacemos con el resto de la cristiandad (por ejemplo, los arminianos) que tienen una comprensión de la justificación por fe diferente a la de los reformados? ¿Son también moralistas condenados a vivir en las tinieblas más absolutas?

Muchos cristianos nunca han oído hablar de la imputación de la obediencia activa de Cristo, ni mucho menos la entienden. Algunos en Estados Unidos actúan como diciendo: “Si no afirmas esa doctrina en particular, tu alma corre peligro”. No obstante, encuentro cierto consuelo en las palabras de John Owen: “Los hombres pueden ser realmente salvos por esa gracia que doctrinalmente niegan; y pueden ser justificados por la imputación de esa justicia que en opinión niegan que sea imputada”. Teniendo en cuenta que Owen escribió una de las mejores defensas de la doctrina de la justificación, estas palabras deben tomarse en serio. Debemos recordar que la justificación no es solo por precisión.

Ser verdaderamente reformado

He aquí la ironía: ser verdaderamente reformado, en mi opinión, es ser un católico reformado. Alguien verdaderamente reformado puede citar libremente a papistas o arminianos. Nuestros antepasados reformados no tuvieron que preocuparse de que la gente se volviera loca cuando citaban a Arminio con aprobación. Hoy, el Católico Reformado puede citar con aprobación a N.T. Wright, pero debe estar preparado para pagar el precio (personalmente, no soy muy fan de Wright, pero el ejemplo sigue siendo útil). Fue Thomas Goodwin, un teólogo de Westminster, quien llamó a Estius (Willem van Est) “ingenioso papista” y “erudito expositor”. Tanta teología que se encuentra hoy por Internet refleja un espíritu partidista: si mi amigo dice ciertas cosas, está bien; pero si alguien que no me gusta dice las mismas cosas, está creando una confusión y debo enviar correos electrónicos advirtiendo a la gente sobre su heterodoxia. 

Charles Hodge pasó mucho tiempo con Schleiermacher. Considera esta catolicidad bastante sorprendente de Hodge:

Cuando estaba en Berlín, el escritor asistía a menudo a la iglesia de Schleiermacher. Los himnos a cantar se imprimían en tiras de papel y se distribuían en la puerta. Eran siempre evangélicos y espirituales en grado eminente, llenos de alabanza y gratitud al Redentor. Tholuck dice que Schleiermacher, cuando se sentaba por la noche con su familia, decía a menudo: “Silencio, niños; cantemos un himno de alabanza a Cristo”. ¿Podemos dudar de que está cantando esas alabanzas ahora mismo? Como San Juan nos asegura: para quien Cristo es Dios, Cristo es salvador. (II. 440, nota a pie de página).

Puede que pasar tiempo con Schleiermacher haya hecho la diferencia. Tendemos a ser más indulgentes con la gente con la que hemos pasado tiempo.

Los católicos reformados reciben a los bautistas como miembros de la iglesia, los abrazan en la mesa; los católicos reformados no se vuelven locos cuando alguien —llamémosle E.J. — opta por permanecer agnóstico sobre la duración de los tres primeros días de la creación. 

Si tenemos en cuenta el mundo cristiano y lo amplio que es, no tiene mucho sentido que en la tradición confesional reformada seamos demasiado estrechos. Al fin y al cabo, somos una pequeña minoría. Deberíamos, en la medida de nuestras posibilidades y sin comprometer nuestra herencia confesional, abrazar o respetar otras tradiciones, puntos de vista y valores cristianos. En realidad, lo que nos permite hacerlo es una firme confianza en nuestra herencia confesional reformada. 

Solo puedo hablar por mí mismo a este respecto, pero visitar Sudáfrica, China, Brasil y otras partes menos conocidas del mundo (por ejemplo, Holanda), ha sido bueno para mí. He pasado mucho tiempo con hombres y mujeres cristianos piadosos que no tienen una teología tan precisa como los confesionalistas reformados aquí en Estados Unidos. Pero cuando ves su amor básico por el Señor, su deseo de exaltar a Cristo y la alegría que les genera saber que sus pecados han sido perdonados y que Dios les ha dado su Espíritu Santo, tiendes a adquirir una perspectiva diferente en comparación con aquellos que quizá pasan demasiado tiempo en un mismo lugar con quienes están de acuerdo con ellos en casi todo. Las cámaras de resonancia (eco) pueden ser lugares peligrosos. Me encantaría que algunos de los seminaristas del hotter sort [del tipo más radical] pudieran visitar a cristianos de otros países; puede ser más valioso para su desarrollo teológico y pastoral que la mayoría de las clases de teología pastoral que reciben. 

Por otro lado, tengo estudiantes en África que han tenido que lidiar con un pastor visitante en su iglesia que afirmaba que Job adoraba a Satanás. Literalmente, estalló una pelea, ¡y en ese caso creo que hicieron bien en no abrazar la diversidad! 

Para terminar, creo que debemos tomarnos más en serio estas palabras de John Owen: “Sin lugar a duda, una buena obra es eliminar todas las ocasiones innecesarias de debate y de diferencias en la religión, siempre y cuando no nos acerquemos tanto como para dejar que alguno de sus principios fundamentales se nos escape”. Esto es algo que quiero tomarme más en serio en mi propio enfoque; pero espero que otros también piensen detenidamente en cómo parecen querer crear problemas donde no tiene por qué haberlos. Con ese fin, estoy agradecido por la creciente catolicidad reformada entre una nueva generación de eclesiásticos que se toma en serio la teología confesional.

¿Significa esto que transigimos? Por supuesto que no; a menos, claro, que estemos dispuestos a decir que Owen y Hodge eran transigentes…


Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado originalmente por el Dr. Mark Jones en el sitio web: Reformation21.org. Le invitamos a conocer los libros que ha escrito el Dr. Mark Jones aquí

  • 1
    Por Edmund Calamy, teólogo y líder de la iglesia presbiteriana del siglo XVII.
  • 2
    Refiriéndose a la Confesión de Fe de Westminster

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