Durante nuestro último año de secundaria (1978-79), tres de nosotros salimos a comer. Nuestra escuela secundaria pública tenía un campus abierto, lo que significaba que se nos permitía ir y venir siempre y cuando asistiéramos a clase. Nos amontonamos en el Ford Pinto oxidado y decrépito de un amigo y podíamos ver la calle a través del piso del carro. El conductor, Scott, dijo algo acerca de cómo los cristianos son hijos de Abraham. Nunca había escuchado algo así. Me pareció que eran palabras muy radicales. Después de todo, ¿no pertenecía Abraham a una dispensación diferente? ¿No estamos nosotros en el Nuevo Testamento y no pertenecía Abraham al Antiguo Testamento? Me inquietaba la idea de que mi amigo pudiera estar convirtiéndose en una especie de liberal.
La base Abrahámica
Por algunas razones (por ejemplo, la influencia del Dispensacionalismo y de los Anabautistas) la tendencia de la mayoría de los 60 millones de evangélicos de Estados Unidos es pensar que Abraham pertenece a otro período de la historia redentora que no está relacionado con el Nuevo Pacto en el que vivimos ahora. Sin embargo, así no es como las Escrituras hablan del Pacto de Gracia que Dios hizo con Abraham. La promesa que Dios le hizo a Abraham en Génesis 17:7-8 hace eco a lo largo de toda la Escritura:
Yo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre tú y yo, y tu descendencia después de ti por sus generaciones, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tu descendencia después de ti, la tierra en que resides, toda la tierra de Canaán. Y yo seré su Dios. Gen. 17:7-8, RVA
El pacto que Yahvé (Gn 17:1) hizo con Abram implicó un cambio de nombre. Abram se convirtió en Abraham. Se constituiría en padre de una multitud (Gn 17, 4. 5). Yahvé [también] le prometió una tierra (8. 7). La sustancia del pacto, es decir, aquello sin lo cual no hay pacto, lo que pertenece a la esencia del pacto es la promesa del v. 7: «ser Elohim (Dios) para ti y para tu descendencia después de ti». Esa promesa –«y yo seré su Dios»– se repite después de la promesa de la tierra en el v. 8.
Sabemos de esa promesa que está en el corazón del pacto (berith) que Yahvé Elohim hizo con Abraham porque se repite a lo largo de las Escrituras hebreas y, lo que es más importante, porque reaparece en el Nuevo Testamento mientras que la promesa de la tierra no lo hace, al menos no de esa forma. Más adelante hablaremos de esto.
La administración Mosaico-Davídica
El pacto abrahámico no desapareció bajo Moisés. No fue sustituido. Pablo dice en Gálatas 3 que el Pacto Mosaico, el «Antiguo Pacto» propiamente dicho, fue un añadido temporal al abrahámico que expiró con la muerte de Cristo. A Moisés dijo Yahvé:
Además, Dios dijo a Moisés—: “Yo soy el Señor. Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso, pero con mi nombre, Señor, no me di a conocer a ellos. Yo también establecí mi pacto con ellos, prometiendo darles la tierra de Canaán, la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como forasteros. Asimismo, yo he escuchado el gemido de los hijos de Israel, a quienes los egipcios esclavizan, y me he acordado de mi pacto. Por tanto, di a los hijos de Israel: ‘Yo soy el Señor. Yo los libraré de las cargas de Egipto y los libertaré de su esclavitud. Los redimiré con brazo extendido y con grandes actos justicieros. Los tomaré como pueblo mío, y yo seré su Dios. Ustedes sabrán que yo soy el Señor su Dios, que los libra de las cargas de Egipto. Yo los llevaré a la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo se la daré en posesión. Yo el Señor’”.
De esta manera habló Moisés a los hijos de Israel, pero ellos no escucharon a Moisés, a causa del decaimiento de ánimo y de la dura esclavitud. (Éx. 6:2-9, RVA)
Las amplias promesas hechas a Abraham fueron, gradual y temporalmente, administradas a y mediante el pueblo de Dios, [que era] más limitado y nacional. No obstante,como nos recuerda Pablo en Gálatas 3, tales promesas hechas 400 años antes seguían vigentes, aunque son expresadas en términos del Pacto Mosaico, que es antiguo, nacional, temporal y, en palabras de Hebreos 8:13, obsoleto.
Los profetas acerca de la nueva administración del Pacto Abrahámico
A través del profeta Jeremías a los exiliados, Yahvé, el Elohim de Israel dice:
Porque el día en que los saqué de la tierra de Egipto, no hablé con sus padres ni les mandé acerca de holocaustos y sacrificios. Más bien, les mandé esto diciendo: “Escuchen mi voz; y yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo. Anden en todo camino que les he mandado, para que les vaya bien”. Pero no escucharon ni inclinaron su oído, sino que caminaron en la dureza de su malvado corazón, según sus propios planes. Caminaron hacia atrás y no hacia adelante. Desde el día en que los padres de ustedes salieron de la tierra de Egipto hasta este día, les envié todos mis siervos los profetas, persistentemente, día tras día. Pero no me escucharon ni inclinaron su oído; más bien, endurecieron su cerviz y actuaron peor que sus padres. (Jer. 7:22-26, RVA)
Aquí encontramos al profeta denunciando al pueblo nacional por su desobediencia. Como ya se ha dicho, bajo Moisés (et seq), hasta que expiró el Antiguo Pacto, las promesas abrahámicas a veces se expresan en términos nacionales. En este caso, Jeremías denuncia al pueblo por su incredulidad y su consiguiente desobediencia. Sin embargo, mirando hacia el futuro, el Señor prometió a través de Jeremías:
Pondré mis ojos sobre ellos, para bien, y los haré volver a esta tierra. Los edificaré y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré. Les daré un corazón para que me conozcan, pues yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón. (Jer. 24:6-7, RVA)
Jeremías repite la promesa abrahámica, incluida una nueva afirmación de la promesa de la tierra. Nótese también cómo la promesa se adapta a la luz de la historia, del pecado y la desobediencia que habían marcado la permanencia de ellos en la tierra. La esencia del pacto o promesa abrahámica no es de carácter externo, sino [que es] una que renueva los corazones para que conozcan a Yahvé personalmente, con una vida nueva y una fe verdadera. «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Elohim». Esas personas, que reciben el corazón de la promesa, a las que el Señor da nueva vida y fe verdadera, volverán a Yahvé Elohim con todo su corazón.
Por supuesto, ya oímos ecos de la promesa del Nuevo Pacto expresada más plenamente en Jeremías 31:31-34:
He aquí vienen días, dice el Yahvé, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No será como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, mi pacto que ellos invalidaron, a pesar de ser yo su señor, dice Yahvé. Porque este será el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Yahvé: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya nadie enseñará a su prójimo ni nadie a su hermano, diciendo: “Conoce a Yahvé”. Pues todos ellos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Yahvé. Porque yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de su pecado. (Jer. 31:31-34; modificado de RVA)
El contraste entre el Nuevo Pacto venidero no es con el Pacto Abrahámico hecho en Génesis 17. El Nuevo Pacto que viene no será como el Pacto Mosaico, cuando Yahvé tomó a Israel de la mano, por así decirlo, y lo sacó de Egipto. Ese pacto se podía romper (Gal 3:10-20). Este pacto es irrompible. No hay que perder de vista la naturaleza del Nuevo Pacto: Yahvé pondrá su ley en el corazón de su pueblo de tal manera que no tendrán necesidad de las leyes mosaicas (es decir, las 613 mitzvot), a las que Pablo llamó «un pedagogo» que les indicaba el Nuevo Pacto (Gal 3:24). El corazón, la esencia de la promesa de Jeremías 33, es la misma que en Génesis 17: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Los que reciban esta promesa solo por gracia, a través de la sola fe, serán recibidos ante Dios como perdonados.
Estos mismos elementos reaparecen, en términos proféticos, en la reafirmación de la promesa abrahámica en Jeremías 32:36-41. El versículo 38 dice: «Y ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios». Reaparecen todos los elementos de Génesis 12, 15 y 17, es decir, la tierra, la simiente y las naciones. Todas estas cosas darán fruto en el Nuevo Pacto. Como vimos anteriormente en Jeremías, la promesa conlleva una renovación espiritual. El Pacto Abrahámico es un pacto del corazón y es también de los creyentes y de sus hijos. No necesitamos elegir entre estos beneficios del Pacto Abrahámico.
Encontramos este mismo tipo de lenguaje en Ezequiel 11:
Les daré otro corazón, y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. De la carne de ellos quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que anden según mis estatutos y guarden mis decretos y los pongan por obra. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. (Eze. 11:19-20, RVA)
Nuevamente aparece esta manera de hablar en Ezequiel 37:
No se volverán a contaminar con sus ídolos ni con sus cosas detestables ni con ninguna de sus transgresiones. Yo los salvaré de todas sus rebeliones con que han pecado, y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será rey sobre ellos, y habrá un solo pastor para todos ellos. Andarán según mis decretos; guardarán mis estatutos y los pondrán por obra. (Eze. 37:23-24, RVA, énfasis añadido)
Cada vez más los profetas apartan la mirada del Antiguo Pacto nacional israelita, fallido y temporal, y la dirigen hacia el Nuevo Pacto, donde se cumplirán las promesas hechas a Abraham tanto tiempo atrás:
Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas. Así dice Jehová de los ejércitos: Si esto parecerá maravilloso a los ojos del remanente de este pueblo en aquellos días, ¿también será maravilloso delante de mis ojos? dice Jehová de los ejércitos. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: He aquí, yo salvo a mi pueblo de la tierra del oriente, y de la tierra donde se pone el sol; y los traeré, y habitarán en medio de Jerusalén; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia. (Zac. 8:4-8, énfasis añadido)
Este lenguaje es casi idéntico al que encontramos en Jeremías 31. Lo más importante del futuro es el cumplimiento de las promesas del Pacto Abrahámico. El corazón de la promesa, si se quiere, es que Dios será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo. Esto significa que Él salvará a su pueblo, lo llamará eficazmente desde «el país del este» y «desde el país del oeste» y todos serán congregados en «Jerusalén». La pregunta no es si lo hará, sino dónde. ¿En cuál Jerusalén serán reunidos los elegidos de Dios en el futuro? El Nuevo Testamento aclara estas cosas. Este tema «Yo seré vuestro Dios, vosotros seréis mi pueblo» está entretejido en todas las Escrituras hebreas. Por ejemplo, es el marco dentro del cual debemos interpretar expresiones como las que se encuentran en el Salmo 95:7, «Porque él es nuestro Dios, Y nosotros el pueblo de su prado, y las ovejas de su mano». «Nuestro Dios» y «su pueblo» es un reflejo de las promesas hechas a Abraham.
Este mismo tema está presente en la visión de la inauguración del Nuevo Pacto en el profeta Joel.
Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado. Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado. Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. (Jo. 2:26-30)
Como en Jeremías, Ezequiel y Zacarías, el Nuevo Pacto se describe en los términos mosaicos y davídicos del Antiguo Pacto. Así como Zacarías emplea la hipérbole, imaginando a niños jugando en las calles, dándonos una visión idealizada del cumplimiento del Pacto Abrahámico, aquí, en Joel, se describe a Yahvé acercándose a su pueblo, derramando el Espíritu Santo con poder, mediante sueños (una manifestación de la presencia del Espíritu) y prodigios.
El cumplimiento del Pacto Abrahámico en el Nuevo Pacto
Por supuesto, no tenemos que adivinar cómo interpretar la versión y la visión de Joel sobre el cumplimiento del Pacto Abrahámico. Lucas lo hace por nosotros en Hechos 2, donde nos narra el derramamiento del Espíritu Santo con poder sobre los Apóstoles (Hechos 2:1-4). En ese episodio, cuando la maldición de Babel (Gn 11:9) empezó a retroceder, el Espíritu dio poder a los Apóstoles para predicar el evangelio de Cristo crucificado, sepultado, resucitado y ascendido a los judíos reunidos en Jerusalén procedentes de muchas naciones (Hch 2:8-11). En ese momento, las promesas hechas a través de los profetas, de congregar al pueblo de Dios comenzaron a cumplirse.
Cuando algunos se burlaron de Pedro, él, bajo la inspiración del Espíritu Santo, proclamó que lo que estaban viendo era el cumplimiento mismo de las promesas hechas en Joel 2, que vimos anteriormente (Hechos 2:14-21). Después de predicar la ley («vosotros crucificasteis…») y el evangelio («Dios le resucitó» Hechos 2:23, 24) se les «compungió el corazón» (v. 37) y preguntaron «¿qué debemos hacer?», Pedro les manda: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.» (Hch 2,38-39).
¿A qué «promesa» se refería Pedro? En el contexto de la cita de Joel 2, cuyo centro es la promesa abrahámica, y en vista de la invocación de la fórmula del Pacto Abrahámico, «a vosotros y a vuestros hijos», no cabe duda de que Pedro, igual que los profetas antes que él, les estaba diciendo a aquellos hombres judíos reunidos en Jerusalén para la fiesta, que estaban presenciando la inauguración del cumplimiento del Pacto Abrahámico. El pueblo de Dios nunca más estaría restringido a una sola etnia. El pueblo de Dios nunca más estaría bajo la tutela de los 613 mandamientos. El cumplimiento de la promesa de reunir a las naciones estaba comenzando y continuaría. Este es el significado de la frase «y todos los que están lejos…». En términos proféticos del Antiguo Testamento, «lejos» es una referencia a las naciones gentiles, a las que, como ya hemos visto, Dios prometió un día llamar a sí mismo.
Al defender la legitimidad de su ministerio apostólico, el apóstol Pablo apela a la superioridad del ministerio del Nuevo Pacto frente al Antiguo Pacto. Al hacerlo, invoca las mismas promesas hechas a través de Jeremías y los demás profetas. No solo se derrama el Espíritu sobre el pueblo del Nuevo Pacto y no solo se escribe la ley en nuestros corazones, sino que, en Cristo, nos hemos convertido en epístolas vivas y pruebas documentales del ministerio del Nuevo Pacto de Pablo (2 Co 3:2-3). Esta es la fuerza de su contraste entre la letra que mata, es decir, la ley, y el evangelio que da vida (2 Cor 3:7). La expresión mosaica de la ley era un «ministerio de muerte», pero el Nuevo Pacto es una expresión del Pacto Abrahámico. A lo largo de todo el pasaje (hasta el versículo 18) se debate entre el Antiguo Pacto mosaico y el Nuevo Pacto, que se describe en términos abrahámicos.
Pablo establece la conexión de forma inequívoca en 2 Corintios 6:16, donde parafrasea Levítico 26:12, Éxodo 6:7, Jeremías 31:33 y Ezequiel 11:20, pasajes que ya hemos considerado. «Haré mi morada entre ellos y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo». La fórmula abrahámica está indiscutiblemente presente y es fundamental en su mensaje a los corintios. Nosotros, la iglesia del Nuevo Pacto, somos la inauguración del cumplimiento del Pacto Abrahámico.
El pastor que escribe a los Hebreos hace este contraste entre el Nuevo y el Antiguo Pacto Mosaico e identifica explícita y abiertamente el Nuevo Pacto con el Pacto Abrahámico. La administración mosaica del Pacto de Gracia, el templo, los sacrificios, todo era «imagen y sombra» de las realidades celestiales (Heb 8,5). El ministerio celestial y presencial de Cristo en nuestro favor, como nuestro sumo sacerdote, el Nuevo Pacto, es «mucho más excelente que» el Antiguo Pacto (Heb 8:6). El Antiguo Pacto era una ilustración. El Nuevo Pacto es la realidad. El Nuevo Pacto está «establecido sobre mejores promesas», las cuales son: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo». Para probar su punto, el pastor cita Jeremías 31:31-34, que ya nos es familiar.
Las naciones, la simiente y la tierra
El pacto con Abraham, hecho en Génesis 12, 15 y en el capítulo 17, prometía naciones, un heredero y una tierra. El Nuevo Testamento interpreta todas estas promesas con claridad y autoridad. Ya en Hechos hemos visto cómo se hacía realidad la promesa de una multitud de naciones. El libro de los Hechos es la historia del comienzo del cumplimiento de esa promesa, cumplimiento que se está produciendo incluso hoy. El evangelio está llegando en este momento a toda nación, lengua y tribu y continuará haciéndolo hasta que Cristo regrese.
En Gálatas 3 Pablo dice que Cristo es el heredero o la simiente:
Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. (Gal. 3:15-16)
El punto de Pablo es que Isaac no era «la simiente». Los judaizantes se basaban en su etnicidad, la cual Pablo dice que es irrelevante. Este es esencialmente el mismo debate que Jesús tuvo con las autoridades judías en Juan 8. Los judíos se jactaban de su origen étnico y su relación biológica con Abraham, a lo que Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras que hizo Abraham» (Juan 8:40). ¿Cuáles eran esas obras? «Abraham vio mi día y se alegró» (Juan 8:56). En otras palabras, según Jesús y Pablo, Abraham era cristiano antes de la encarnación. Esperaba la encarnación de Dios Hijo. Esperaba a Cristo. Él es el cumplimiento de la promesa. Pablo explicó en Romanos 4:8 que Abraham esperaba también la herencia que Dios le había prometido, que todos los elegidos llamados a la fe, procedentes de todas las naciones del mundo, serían su descendencia. En esperanza Abraham «creyó contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se había dicho: Así será tu descendencia». En Romanos 9:7 Pablo dijo que son los hijos de la promesa los que se cuentan como simiente de Abraham. Él enfatizó ese mismo punto en contra de los judaizantes. Los que están en Cristo son simiente de Abraham (Gálatas 3:29). Hebreos 2:16 dice que los creyentes son dicha simiente.
Del mismo modo, en el Nuevo Pacto, la promesa de la tierra es considerada según Cristo. Resulta que la promesa de la tierra nunca tuvo que ver con la tierra.
Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios… pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. (Heb. 11:8–10; 15–16; énfasis añadido)
Abraham nunca buscó una posesión terrenal. Buscaba una ciudad celestial. Pablo expone un argumento similar a modo de alegoría en Gálatas 4.
Conclusión
Algunos evangélicos bienintencionados pero equivocados describen la forma en que Pablo y Hebreos interpretan tanto las promesas a Abraham como a los profetas (por ejemplo, Jer 31:31-34) como «espiritualizante». Ese epíteto es desafortunado y, como hemos visto, contrario a las Escrituras. Espero que no permita que esta retórica le disuada de seguir la interpretación cristiana bíblica e histórica de la unidad fundamental de la salvación en el Pacto Abrahámico, tal como fue administrado antes de Moisés, bajo Moisés, David y los profetas, y finalmente consumado en Cristo e inaugurado en el Nuevo Pacto: la administración del Pacto Abrahámico, sin tipos ni sombras, en Cristo.
Mi viejo amigo Scott tenía razón. Los creyentes del Nuevo Testamento somos hijos de Abraham porque estamos unidos por el Espíritu, a través solo de la fe, al mismo Salvador Jesús que justificó a Abraham por la sola gracia, a través de la sola fe. Hay un Pacto de Gracia que une toda la historia redentora. El antiguo Pacto Mosaico era un añadido temporal. Fue un codicilo, por así decirlo, que ha expirado con la muerte de Cristo. Por favor, no confundamos a Abraham y a Moisés –tal confusión estaba en la raíz del error de los judaizantes– Cristo es la Simiente, el heredero, y nosotros, los que creemos en Cristo, somos la simiente y los herederos de la promesa hecha a Abraham: «Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo».
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Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado originalmente por el Dr. Scott Clark en el sitio web: Heidelblog.net. Le invitamos a conocer los libros que ha escrito el Dr. Clark aquí. 1Los subtítulos no hacen parte del artículo original, se publica así para hacer la lectura más fácil.
- 1Los subtítulos no hacen parte del artículo original, se publica así para hacer la lectura más fácil.