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Catolicismo Reformado

Este artículo hace parte de una serie sobre la justificación que consta de seis partes en el siguiente orden:

1. ¿Justificación por la Sola Precisión?

2. El acto y el hábito de fe en relación con la unión con Cristo

3. ¿Podemos perder nuestra justificación?

4. Reformados vs arminianos sobre la justificación

5. ¿Una o dos justificaciones?

6. El juicio según las obras

Hace tiempo que he querido escribir un libro sobre importantes distinciones teológicas y su utilidad práctica para ministros y laicos. En el pasado he hablado de la distinción entre el poder absoluto de Dios y el poder ordenado de Dios. Hoy quiero hablar de la distinción entre el acto y el hábito de fe en relación con la unión con Cristo.

La distinción acto-hábito

La distinción acto-hábito es prácticamente el mismo concepto que la distinción acto-poder. Dios otorga el poder, pero nosotros realizamos el acto. Por eso John Flavel dice:

Aunque la fe (que llamamos la condición de nuestra parte) sea el don de Dios, y el poder de Creer se derive de Dios; sin embargo, el acto de creer es propiamente nuestro acto…

En otras palabras, no basta con poseer el hábito de fe para ser justificados, sino que también debemos producir un acto de fe para ser justificados. Es cierto que el hábito de fe nos permite creer; pero debemos realmente creer (es decir, es nuestro propio acto).

Peter Bulkeley argumentó que:

El hábito nos es dado gratuitamente, y es obrado en nosotros por el Señor mismo, para capacitarnos para actuar por él, y vivir la vida de la fe; y entonces habiendo recibido el don, el hábito, entonces (digo) el Señor requiere de nosotros que llevemos a cabo actos de fe.

Somos pasivos cuando Dios nos concede el hábito de fe. Pero al recibir el hábito de fe, entonces somos capaces de creer, y por lo tanto somos «activos».

¿Cómo se relaciona esto con la unión con Cristo?

El libro de Goodwin The Object and Act of Justifying Faith [El objeto y acto de la fe justificadora] es útil para responder a esta pregunta. En él, se habla del acto de la voluntad que completa la unión entre Cristo y el creyente, y que hace a los creyentes «supremamente uno con él».

Sin embargo, como la novia, estamos simplemente confirmando una unión que ya ha tenido lugar. Así que, contrario a la visión común del matrimonio, que requiere el consentimiento de ambas partes ya que un hombre (usualmente) no puede casarse con una mujer en contra de su voluntad, hay una unión espiritual de parte de Cristo con los elegidos que no requiere el asentimiento del pecador «porque es una obra secreta hecha por su Espíritu, quien primero nos aprehende antes de que nosotros lo aprehendamos a él».

Es decir, Cristo establece una unión con el pecador elegido al «aprehenderlo» y luego darle el Espíritu. Pero esta unión sólo es completa («unión suprema») cuando el pecador ejerce la fe en Cristo.

«Es cierto que la unión por parte de Cristo se realiza primero por el Espíritu, según el orden de la naturaleza; por eso en Fil. 3:12, se dice que él primero “nos posee a nosotros antes de que nosotros podamos poseerlo a él”; sin embargo, aquello que hace la unión por nuestra parte es la fe, por la cual lo abrazamos y nos adherimos a él….. Es sólo la fe la que lo hace. Ciertamente, el amor también nos une a él, pero primero es la fe.»

Nota: El erudito obispo Davenant también argumenta que el acto y el hábito de fe preceden al acto y al hábito de amor.

Goodwin está en su mejor momento cuando habla de Cristo «tomando», «aprehendiendo» y «poseyendo» al pecador. Cristo «se apropia de nosotros antes de que creamos» y «obra mil y mil operaciones en nuestras almas a las que nuestra fe no contribuye en nada… Cristo habita en nosotros y obra en nosotros, aun cuando nosotros no actuemos ni conozcamos nuestra unión, ni que esÉl quien obra». Antes de que el nuevo creyente se dé cuenta, nuestro Señor nos une a Él («se apropia de nosotros») y obra en nosotros.

Como dice Witsius:

Por una unión verdadera y real, (pero que es sólo pasiva por su parte) [los elegidos] están unidos a Cristo cuando su Espíritu primero toma posesión de ellos, e infunde en ellos un principio de vida nueva: el comienzo de esta vida no puede ser de otra cosa que la unión con el Espíritu de Cristo … Además, puesto que la fe es un acto que fluye del principio de vida espiritual, es evidente, que en un sentido sano, se puede decir, que una persona elegida está verdadera y realmente unida a Cristo antes de la fe consumada.

Witsius suena muy parecido a Goodwin y Owen al insistir en que los elegidos están unidos a Cristo cuando el Espíritu de Cristo «toma posesión de ellos» y los regenera. Y asimismo afirma que la unión precede a la fe consumada. Pero luego hace una observación similar a la de Goodwin, a saber, que una «unión mutua» se sigue inevitablemente del principio de la regeneración::

Pero la unión mutua (que, por parte de una persona elegida, es igualmente activa y operativa), por la cual el alma se acerca a Cristo, se une a Él, se dedica [a Él], y de una manera apropiada y adecuada se estrecha con Él sin ninguna distracción, se realiza solo por la fe. Y a esta le siguen en orden los demás beneficios del pacto de gracia, justificación, paz, adopción, sello, perseverancia, etc.

No solo se enfatiza la «unión mutua» por el acto de fe en el pecador, sino también por los beneficios del pacto de gracia (por ejemplo, la justificación) que fluyen de esta unión.

Conclusión

Pastoralmente:

  1. La fe que justifica es realmente nuestra fe, y por ella es que somos justificados. El acto de fe se convierte en la causa instrumental por la cual recibimos la justicia de Cristo. Nuestro acto no justifica, pero nuestro acto de fe es necesario para que Dios nos justifique.
  2. La fe que justifica es, sin embargo, posible por el poder (habitus) que Dios nos concede libremente (por Su gracia), aparte de las obras.

Por lo tanto, evitamos el error antinomiano según el cual Cristo cree en nuestro lugar; y evitamos el error legalista según el cual sostenemos que la fe no es un resultado de la capacidad natural del hombre. Y sostenemos que la justificación es un acto de Dios que nunca puede ser revocado porque el hábito es formado por Dios mismo para así poder imputarnos la justicia de Cristo, porque nuestro acto de fe es el instrumento que nos hace capaces de recibir la plena justificación (CFW 11.2).

En relación con la unión con Cristo, sostenemos que Cristo, en su gracia, primero se apropia de nosotros y luego nos permite apropiarnos de Él en el acto de creer. Una vez hecho esto, y sólo entonces, somos justificados y tiene lugar la unión suprema. Pero sólo nos unimos a Cristo porque Él se unió primero a nosotros.

Hay muchas otras distinciones relacionadas con la doctrina de la justificación que merecen un análisis más profundo. Pero no deja de sorprenderme cómo los teólogos más sofisticados que he leído me han hecho el mayor bien pastoral. Por eso los seminarios harían bien en tener a sus mejores teólogos en los departamentos de Teología Pastoral.

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Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado originalmente por el Dr. Mark Jones. Le invitamos a conocer sus libros aquí. 1Los enlaces que redirigen a este sitio web no son parte del artículo original.

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    Los enlaces que redirigen a este sitio web no son parte del artículo original.

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