La palabra ‘teología’ proviene de la combinación de dos vocablos griegos: theos y logos. El término griego theos significa «Dios» y logos significa «palabra», «discurso» o «lenguaje». Etimológicamente, entonces, «teología» es una palabra o discurso acerca de Dios. Por esta razón, en los textos de teología sistemática la sección sobre la doctrina de Dios suele denominarse «Teología Propia», porque la teología, en sentido estricto, trata de nuestro conocimiento de Dios y de nuestro hablar acerca de Dios.
Los textos de teología sistemática abordan muchos temas además de la doctrina de Dios. ¿Son realmente teología esos otros temas? Sí, porque todos están directamente relacionados con la doctrina de Dios. La bibliología, la doctrina de la Escritura, trata de la Palabra de Dios. La soteriología, la doctrina de la salvación, trata de la obra redentora de Dios. La eclesiología, la doctrina de la iglesia, trata del pueblo de Dios. Y así sucesivamente. Toda la teología sistemática se relaciona, de una u otra manera, con la doctrina de Dios.
La teología propia
La Teología Propia, sin embargo, se ocupa directamente del ser mismo de nuestro Dios trino. En esta sección de los manuales de teología sistemática se encuentran exposiciones sobre los atributos de Dios, así como sobre las tres Personas de la Trinidad. Aunque algunos manuales presentan secciones separadas para la doctrina de Cristo y la doctrina del Espíritu Santo, desde la perspectiva trinitaria ortodoxa ambas son, en esencia, subsecciones de la Teología Propia, la doctrina de Dios.
A lo largo de la historia de la iglesia, las distorsiones de la doctrina de Dios se han contado entre los problemas teológicos más graves que ha debido enfrentar, porque los cristianos entendían que, si erramos en la doctrina de Dios, erramos en todo lo que se relaciona con ella. Dicho de otro modo, si la doctrina de Dios se distorsiona, toda nuestra teología queda distorsionada. Hubo numerosas deformaciones desde el siglo I en adelante, y la iglesia tuvo que enfrentarse a todas ellas.
Los gnósticos imaginaron un Dios superior al Dios del Antiguo Testamento y negaron que fuese el mismo Dios del Nuevo Testamento. Los ebionitas negaron la deidad de Cristo, destruyendo así la doctrina bíblica de la Trinidad. Los docetas negaron la humanidad de Cristo, anulando la obra redentora de Dios. Los triteístas afirmaron que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran tres dioses separados, reintroduciendo el politeísmo en la iglesia. Los modalistas sostuvieron que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran simplemente tres modos en que el único Dios se manifestaba, introduciendo así una forma temprana de unitarismo. Los arrianos enseñaron que el Hijo fue la primera y más grande criatura de Dios, y que el Padre no fue Padre hasta que creó al Hijo: otra negación de la doctrina bíblica de la Trinidad. Subordinacionistas de diversas tendencias enseñaron que hay grados de deidad y/o de autoridad en la Deidad; su rechazo de la enseñanza bíblica requirió casi todo el siglo IV para ser superado.
En el siglo V, el campo de batalla se centró en la encarnación de la segunda Persona de la Trinidad. Los defensores de lo que podría llamarse la «teología de los Dos Hijos» tendían a leer los Evangelios como si el Hijo de María hubiese dicho e hizo las cosas humanas que allí se registran, mientras que el Hijo de Dios habría dicho y hecho las cosas divinas. El problema era que no afirmaban sin ambigüedades que el Hijo de María es el Hijo de Dios. La versión de esta doctrina sostenida por Nestorio provocó una enorme controversia que consumió a la iglesia durante décadas. Por otro lado, hubo quienes, como Eutiques, reconocían que Jesús es una sola Persona, pero concluían de ello que debía tener también una sola naturaleza.
Todos los primeros concilios ecuménicos trataron, de una u otra manera, ataques contra la doctrina de Dios. El Concilio de Nicea (325) enfrentó diversas formas de arrianismo y subordinacionismo. El Concilio de Constantinopla (381) trató estos mismos problemas y las negaciones de la persona y deidad del Espíritu Santo. Los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451) afrontaron ataques contra la doctrina bíblica sobre la segunda Persona de la Trinidad. En respuesta a nestorianos y eutiquianos, Calcedonia afirmó que el Hijo encarnado es una sola Persona con dos naturalezas.
Las confesiones reformadas de los siglos XVI y XVII incorporaron la doctrina trinitaria de Nicea y la doctrina cristológica de Calcedonia. En el siglo XVI, sin embargo, los ataques contra la doctrina bíblica de Dios resurgieron de la mano de los antitrinitarios, como los socinianos. En los siglos siguientes, a medida que muchos teólogos adoptaron diversas filosofías modernistas, la doctrina de Dios sufrió nuevas distorsiones. Varias formas de deísmo, unitarismo y panteísmo se convirtieron en problemas serios. En tiempos más recientes, teólogos liberales, neoortodoxos y de la teología del proceso, así como una multitud de sectas, introdujeron sus propias deformaciones de la doctrina de Dios.
Durante la mayor parte de la historia cristiana, quienes creían en las Sagradas Escrituras inspiradas lideraron la defensa de la doctrina bíblica ortodoxa de Dios frente a tales herejías. Lamentablemente, en el último siglo hemos presenciado un fenómeno nuevo: aquellos que afirman estar en la línea de los defensores de la ortodoxia bíblica —que profesan ser evangélicos e incluso algunos que se confiesan reformados— han distorsionado y socavado ellos mismos la doctrina bíblica de Dios. En otras palabras, ahora hallamos teólogos evangélicos y reformados haciendo lo que antes solo hacían los teólogos liberales.
Esto se observa en la defensa del teísmo abierto y otros enfoques revisionistas de los atributos divinos; en las negaciones de la inmutabilidad, impasibilidad y simplicidad divinas; y también en la llamada doctrina de la subordinación eterna del Hijo. La ironía de ver a teólogos que profesan ser evangélicos y reformados promover estas revisiones radicales de la doctrina de Dios es que están tratando la ortodoxia teológica exactamente como lo hicieron los liberales del siglo XIX y comienzos del XX.
Este fenómeno parece deberse en parte a la ignorancia. Por ejemplo, muchos defensores del subordinacionismo eterno afirman que simplemente enseñan lo que el Concilio de Nicea y los teólogos ortodoxos del siglo IV enseñaron. Dado que tal afirmación es tan evidentemente falsa como decir que la presidencia de George Washington en los Estados Unidos comenzó en 1984 —algo obvio para cualquiera que haya leído los documentos relevantes del siglo IV—, la interpretación más caritativa es que tales declaraciones se hacen por ignorancia, algo que puede corregirse con la debida investigación.
También parece ser resultado de que algunos evangélicos han adoptado inadvertidamente una forma de la tesis de la helenización de Adolf von Harnack (1851–1930). Según esta tesis, la teología cristiana primitiva fue radicalmente transformada y distorsionada por la filosofía griega (helenística). En efecto, la iglesia primitiva sustituyó al Dios de la Biblia por el «motor inmóvil» de la filosofía griega. Así, para volver a la doctrina bíblica de Dios, sería necesario eliminar toda influencia filosófica griega. Variaciones de esta tesis harnackiana pueden encontrarse en casi todas las doctrinas revisionistas modernas de Dios, ya provengan de contextos liberales, neoortodoxos, evangélicos o reformados. Quienes investiguen las abundantes críticas que ha recibido la tesis de la helenización, así como el fundamento exegético de la doctrina ortodoxa de Dios, podrán corregir este error. Hay numerosos recursos disponibles para quienes estén dispuestos a emprender el estudio necesario.
La doctrina correcta
Mientras tanto, al menos debemos conocer cuál es la doctrina ortodoxa de Dios. Un documento que la resume con precisión es la Confesión de Fe de Westminster. En su capítulo 2, titulado «De Dios y de la Santa Trinidad», encontramos lo siguiente:
II.1 Hay un solo Dios, vivo y verdadero, quien es infinito en su ser y perfección, un Espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, partes o pasiones. Es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, sapientísimo, santísimo, totalmente libre y absolutísimo. Hace todas las cosas según el consejo de su propia inmutable y justísima voluntad para su propia gloria. Es amorosísimo, benigno, misericordioso, paciente, abundante en bondad y verdad. Perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado y es galardonador de aquellos que le buscan diligentemente. Además, es justísimo y terrible en sus juicios, que detesta todo pecado, y que de ninguna manera declarará como inocente al culpable.
II.2 Dios tiene, en sí mismo y por sí mismo, toda vida, gloria, bondad y bienaventuranza. Él es el único todosuficiente, en y por sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de sus criaturas hechas por Él, ni derivando gloria alguna de ellas, sino que manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas. Él es la única fuente de toda existencia, de quien, por quien y para quien son todas las cosas; teniendo el más soberano dominio sobre ellas para hacer por medio de ellas, para ellas o sobre ellas todo lo que a él le plazca. Todas las cosas están abiertas y manifiestas ante su vista; su conocimiento es infinito, infalible, independiente de toda criatura de tal manera que para él nada es contingente o incierto. Él es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandamientos. A él son debidos toda adoración, servicio y obediencia que a él le place requerir de los ángeles, de los seres humanos y de toda criatura.
II.3 En la unidad de la Divinidad hay tres personas, de una misma sustancia, poder y eternidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre no es engendrado ni procede de nadie. El Hijo es eternamente engendrado del Padre, y el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo.
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Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado originalmente por el Dr. Keith Mathison en su blog personal, lo puede conocer aquí: www.keithmathison.org. Le invitamos a conocer los libros que ha escrito el Dr. Mathison aquí.