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Catolicismo Reformado

Recuerdo haber escuchado a un colega jactarse una vez: “Nunca leo a nadie que no sean autores reformados. No quiero perder mi tiempo con lo que otros teólogos menos informados piensan”. No tuve tiempo de indagar más sobre su declaración, pero me preocupó profundamente esa visión tan limitada de la lectura teológica. No me malinterpreten: amo la fe y las confesiones reformadas, y generalmente disfruto leer literatura teológica reformada sólida. Sin embargo, si solo leemos libros reformados, temo que podamos aislarnos, sin querer, de tremendos recursos dados por Dios, en efecto, dones otorgados por Dios a la iglesia. ¿Por qué?

El ejemplo de John Owen

Toma a un autor reformado clásico como John Owen: pocos, si es que hay alguno, cuestionarían su credencial reformada. Aunque no es un indicador infalible, el hecho de que Banner of Truth1Una importante casa editorial en habla inglesa haya publicado sus obras completas en ediciones cosidas y de tapa dura debe alertarnos sobre su intención de preservar sus libros por cientos de años; sin mencionar que Crossway2Una importante casa editorial en habla inglesa ahora está reeditando sus obras en una nueva colección de varios volúmenes. Sin embargo, al recorrer las páginas de los voluminosos escritos de Owen, una de las cosas que podrías notar rápidamente son las abundantes referencias a autores patrísticos como San Agustín y a autores medievales como Tomás de Aquino. Desde un punto de vista histórico, ciertamente estos dos teólogos no son reformados; de hecho, es una imposibilidad histórica dado que la Reforma ocurrió cientos de años después de su tiempo.

Aun así, podríamos identificar a ambos autores como católicos romanos. Nuevamente, esto también es un término equívoco, ya que técnicamente hablando, la Iglesia Católica Romana no comenzó oficialmente hasta el Concilio de Trento, que celebró sus sesiones finales en 1565. Antes de la Reforma, en realidad, solo había una iglesia, al menos en Occidente. En lugar de identificarlos como teólogos católicos romanos, creo que es justo decir que son escritores católicos; forman parte del patrimonio católico común (o universal) que pertenece tanto a protestantes como a católicos romanos. De hecho, Herman Bavinck, otro gigante reformado, escribió una vez:

Ireneo, Agustín y Tomás de Aquino no pertenecen exclusivamente a Roma; son Padres y Doctores con los que toda la iglesia cristiana tiene obligaciones. Incluso la teología católica romana posterior a la Reforma no es ignorada. En general, los protestantes saben muy poco sobre lo que tenemos en común con Roma y lo que nos divide. Gracias al renacimiento de la teología católica romana bajo los auspicios de Tomás, ahora es doblemente imperativo para los protestantes proporcionar un relato consciente y claro de su relación con Roma.

La observación de Bavinck no es nueva, sino que refleja un sentimiento común de la Reforma: los reformados son católicos reformados. De hecho, William Perkins escribió una obra titulada Reformed Catholike, donde demostró los acuerdos y desacuerdos con la Iglesia Católica Romana.

¿Por qué es todo esto importante?

Pues simplemente porque no deberíamos cortar innecesariamente nuestra conexión con nuestro patrimonio católico. Una de las mayores autobiografías teológicas es Las Confesiones de Agustín. Es una asombrosa autobiografía sobre la conversión de un hombre del paganismo al cristianismo. Es uno de los clásicos de la cristiandad occidental de todos los tiempos y aborda cuestiones perennemente relevantes, como el pecado y la gracia del evangelio. Y a pesar de su antigüedad, Agustín aborda muchos temas que son relevantes para la vida cristiana contemporánea.

En mi opinión, Tomás de Aquino tiene algunos de los materiales más ricos sobre la doctrina de la Trinidad. Creo que lo que aqueja a gran parte del evangelicalismo, y hasta cierto punto incluso a las iglesias reformadas, es que hay poco entendimiento de las categorías clásicas respecto a la doctrina de Dios y la Trinidad: doctrinas como la impasibilidad, la simplicidad, la eternidad o la filiación eterna de la segunda persona de la Trinidad son todos temas que Tomás aborda con una perspicacia y precisión sorprendentes. Es cierto, Agustín y Tomás no son reformados, pero me sorprendería encontrar a un gran autor reformado de la Reforma que no haya utilizado los conocimientos de Agustín y Tomás en su teología. ¿Adoptaron su teología en su totalidad y sin crítica? No. Pero se beneficiaron de estos dos gigantes, sin duda alguna.

En nuestros días, la teología reformada casi se ha convertido en una marca en sí misma: de alguna manera nos hemos convencido de que existe un enfoque reformado único para toda doctrina. Sin embargo, nuestros antepasados reformados eran más sabios; se beneficiaron de las riquezas de su herencia común patrística y medieval. Deberíamos hacer lo mismo. Deberíamos salir de la cámara de eco reformada y leer algunos de los mayores clásicos teológicos de la cristiandad occidental, como Las Confesiones, Sobre la Trinidad o La Ciudad de Dios de Agustín, Suma Teológica de Tomás de Aquino y Por qué Dios se hizo hombre de Anselmo. No solo aprenderemos mucho, sino que también podremos comenzar a identificar dónde, precisamente, están las continuidades y discontinuidades entre la fe reformada y la Iglesia Católica Romana. Podremos ver qué cosas los reformadores dejaron atrás y cuáles conservaron. Al aprender de estos gigantes teológicos, podemos aprender de los dones que Cristo ha dado a la iglesia tras su ascensión (Ef. 4:4ss).

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Este artículo3El título, subtítulos y enlaces que redirigen a nuestro sitio web no hacen parte del artículo original, se han modificado para hacerlo más entendible. ha sido traducido con el permiso del Dr. J.V. Fesko y fue publicado originalmente en su blog personal. Usted puede comprar sus libros aquí.

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    Una importante casa editorial en habla inglesa
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    Una importante casa editorial en habla inglesa
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