Los cristianos podemos ser culpables de hacer afirmaciones de naturaleza teológica que son concisas pero requieren mucha explicación para que la frase sea precisa. Si no se ofrece una explicación, nos encontraremos a veces exigiendo mucho del lector para que junte todas las piezas. Y los lectores no siempre están con un ánimo generoso, sobre todo si tienen cierta predisposición negativa hacia la persona a la que están leyendo.
El contexto es el mejor amigo de la teología y la interpretación bíblica. En ocasiones escuchamos la frase «Dios odia el pecado pero ama al pecador» y nos preguntamos qué podemos pensar. Para que esta afirmación tenga sentido habría que tener una comprensión sofisticada de cómo puede ser verdadera o falsa, o de los diferentes sentidos en los que podría ser correcta o incorrecta.
Lejos de querer que la precisión teológica nos dé más discusiones en la web, ser capaces de entender los sentidos en los que la afirmación mencionada puede ser cierta quizá nos impida asumir que la otra persona quería decirla en el sentido en el que no es cierta. Estoy seguro de que todos hemos sido culpables de asumir interpretaciones que podrían resolverse fácilmente adoptando una perspectiva más generosa.
El amor de Dios
Dios es amor (1 Juan 4:8). Dios ama a su Hijo, a su creación, a todos los seres humanos, a los elegidos y a la bondad que el Espíritu produce en ellos. Su amor es un afecto; se origina interiormente y se extiende hacia el exterior. Nada hace que Dios ame, sino que su amor es causado por Él mismo. El amor universal de Dios a todas las cosas se establece en el Salmo 145:9:
El Señor es bueno para con todos, y su misericordia está sobre todo lo que ha hecho.
A pesar de este hecho del amor de Dios, la cuestión del «odio» de Dios es también una que hay que armonizar con su amor.
Los teólogos reformados pasaron algún tiempo discutiendo la cuestión de si Dios odia a los elegidos antes de su conversión. La interrogante principal no es cuál es la opinión de Dios sobre los no elegidos –incluso en este punto debemos tener cuidado, ya que puede decirse que los ama en cierto sentido (es decir, su «amor natural»)–, sino cómo ve Dios a sus elegidos antes de que lleguen a la fe en Cristo.
Propiamente hablando, Dios, que es inmutable, no cambia de parecer hacia aquellos sobre quienes ha fijado su amor desde la eternidad. Dios sería mutable si no amara a los elegidos antes de la muerte de Cristo, sino que los amara únicamente después. Sin embargo, hay mutabilidad en la criatura. Dios quiere un cambio en sus elegidos, pero su voluntad hacia ellos no cambia.
Podríamos plantearnos una pregunta más específica considerando el amor inmutable de Dios hacia sus elegidos: ¿De qué manera podemos hablar del amor y del odio de Dios hacia los elegidos antes de que lleguen a la fe salvadora?
Tomando como axioma que Dios ama a sus elegidos desde la eternidad, podemos decir que Dios ama a sus elegidos con un amor de propósito, pero todavía no con un amor de aceptación. O podemos usar la vieja distinción entre el amor de benevolencia de Dios y su amor de complacencia. La benevolencia es la raíz del amor; la complacencia es la flor del amor. De esta manera, Dios desea el bien a sus elegidos antes de la fe, pero se complace en ellos solo después de ella. O ama a los elegidos antes de la fe para hacerlos sus amigos, pero después de la fe son sus amigos.
El odio de Dios
Sin embargo, hay un sentido en el que Dios «odia» a sus elegidos antes de que lleguen a la fe. Aquellos que no creen están bajo la ira de Dios (Ef. 2:3, «hijos de ira como el resto de la humanidad»). Pero esto debe explicarse con cautela. Como argumenta Charnock, Dios:
«No odia a sus personas, ni odia ningún bien natural o moral en ellos.1Stephen Charnock, Works, 3:345
De hecho, Charnock sugiere que Cristo incluso amaba la moralidad que vio en el joven rico. Dios amará cualquier «tinte» de bondad. Por esta razón, muchos teólogos, empezando por Agustín, citaron Sabiduría 11:24:
Porque amas todas las cosas que existen, y no aborreces ninguna de las que has hecho, pues no habrías hecho nada si lo hubieras aborrecido.
Pero si bien Dios no odia sus personas, sí odia sus pecados, ya que el pecado siempre y necesariamente debe ser odiado por Dios. Dios odiaba las prácticas del hijo pródigo, pero seguía amando su persona. Dios ama a todas sus criaturas ya que conservan su imagen en cierta medida. Si Dios odia los pecados de los creyentes, ciertamente odia los pecados de sus elegidos antes de que lleguen a la fe. Dice Charnock:
Si odia el pecado en su debilidad, mucho más [lo hará] en su fuerza.2Ibid. p. 345
Dios odia el pecado objetivamente, y por eso su odio al pecado termina sobre la persona. En última instancia, las personas son el objeto de la ira de Dios, no los pecados en lo abstracto. Las acciones no son castigadas en abstracto, sino las personas que realizan las acciones. Por lo tanto, hay un sentido en el que los incrédulos elegidos son odiados antes de que lleguen a la fe porque sus pecados terminan sobre ellos como personas. Por eso, Charnock afirma:
Ningún desagrado puede manifestarse sin algunas marcas del mismo en la persona que yace bajo ese desagrado.3Ibid. 2:252
Por tanto, Dios odia su estado (es decir, el estado de enemistad). Están en estado de ira y, por tanto, son objeto de ira hasta que crean. Pero Dios también odia a los elegidos antes de la fe «en cuanto a los efectos de retención de su amor»4Ibid. 3:346. En consecuencia, Dios odia a los elegidos antes de la fe «porque», dice Charnock:
Siendo en ese estado un hijo de la ira, la ira de Dios permanece sobre él, y las maldiciones de la ley están en vigor contra él.5Ibid. 3:346
Nada puede hacer que una criatura, elegida o no elegida, sea objeto del odio o de la maldición de Dios, sino el pecado. Dios solamente odia el pecado. Pero cuando juzga el pecado -¡como debe ser! – los juicios terminan sobre la persona.
En resumen, esto significa lo siguiente: Dios puede amar y odiar a la misma persona, y de diferentes maneras. Como dijo Agustín:
De modo admirable y divino nos quería aun cuando nos odiaba; en efecto, nos odiaba cuales él no nos había hecho y, porque nuestra iniquidad no había consumido de todo punto su obra, en cada uno de nosotros sabía a la vez odiar lo que habíamos hecho y amar lo que había hecho.6Agustín de Hipona, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 110, 6, en Obras de San Agustín, vol. 14, BAC, p. 536.
Naturalmente, cuando una persona llega a la fe ya no es odiada de ninguna manera, forma o modo. Dios necesariamente odiará el pecado en el creyente, pero no puede odiar al creyente. De nuevo, Agustín:
Por tanto, pues no odia nada de esas cosas que hizo, ¿quién podrá exponer dignamente cuánto quiere a los miembros de su Unigénito…?7Ibid. p. 536.
Para odiar al creyente Dios tendría que odiar a su Hijo, lo cual es una imposibilidad ontológica.
Nuestro amor y odio
En cuanto a nuestra propia recepción de las personas, también podemos aspirar tanto a amar como a odiar dependiendo la persona y el contexto. Consideremos, por ejemplo, la actitud del salmista (véase también Sal. 139:19-22):
Aborrecí a los que esperan en vanidades ilusorias, mas yo en Jehová he esperado. (Sal 31:6)
Aborrecí la reunión de los malignos y con los impíos no me senté. (Sal 26:5)
Podemos y debemos odiar a las personas en un contexto determinado, pero en un contexto diferente podemos ejercer el amor hacia una persona en particular. Si estoy en contacto directo (o inmediato) con un enemigo, tengo el deber de amarlo:
Mas a vosotros los que oís, digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan. (Lc 6:27-28)
Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. (Ro 12:20)
Si encontrares extraviado el buey de tu enemigo o su asno, ciertamente se lo devolverás. (Ex 23:4)
Estos versículos enfatizan nuestro deber de amor en una relación inmediata que involucra a un enemigo.
Distinciones, distinciones, distinciones
En resumen, podemos decir:
1) Dios odia el pecado y al pecador no elegido. Él juzgará en último término a esta persona, y no solamente a sus pecados.
2) Dios también odia el pecado y ama al pecador no elegido. Esta persona sigue siendo una criatura de Dios y Dios muestra mucho amor hacia los pecadores no elegidos [dándoles], por ejemplo, comida, lluvia, sol, dones físicos e intelectuales, etc.
3) Dios odia el pecado y odia al pecador elegido antes de la conversión. El pecador elegido debe saber que está bajo la ira de Dios hasta que se arrepienta y crea, y no [pensar que está] justificado eternamente o que nació justificado.
4) Dios odia el pecado y ama al pecador elegido antes de la conversión. Dios ha deseado eterna y amorosamente la salvación para tal persona.
5) Dios odia el pecado pero ama al pecador convertido. Dios mira a esa persona en Cristo, pero no pierde de vista su pecado, al que necesariamente odia.
6) Dios odia el pecado pero no puede odiar al pecador convertido. Dios antes tendría que odiar a su propio Hijo –lo cual es imposible– que odiar a alguien que pertenece a su Hijo.
7) Podemos odiar el pecado y odiar al pecador (es decir, al malvado). Podemos decir que odiamos a los que asesinan niños.
8) Podemos odiar el pecado y amar al pecador. Podemos ministrar amorosamente a una mujer que quiere abortar.
9) Podemos odiar el pecado y amar al creyente. No excusamos los pecados de nuestros hijos cuando los criamos.
10) Podemos odiar el pecado y nunca odiar al creyente. No podemos odiar a los que Dios no puede odiar y debemos amar a los que pertenecemos a través de la unión con Cristo y su cuerpo.
Así que, sí, odia el tweet, pero ama al que lo tuitea….
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Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado originalmente por el Dr. Mark Jones. Le invitamos a conocer sus libros aquí. 8Los enlaces que redirigen a este sitio web no son parte del artículo original.
- 1Stephen Charnock, Works, 3:345
- 2Ibid. p. 345
- 3Ibid. 2:252
- 4Ibid. 3:346
- 5Ibid. 3:346
- 6Agustín de Hipona, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 110, 6, en Obras de San Agustín, vol. 14, BAC, p. 536.
- 7Ibid. p. 536
- 8Los enlaces que redirigen a este sitio web no son parte del artículo original.