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Catolicismo Reformado

Recientemente leí un ensayo de un influyente teólogo evangélico que argumentaba que muchas discusiones «egalitaristas» sobre la doctrina de la Trinidad amenazan con comprometer principios básicos del cristianismo ortodoxo y socavar, al menos implícitamente, la autoridad de la Biblia. 1Wayne Grudem, “Doctrinal Deviations in Evangelical-Feminist Arguments about the Trinity,” en Bruce A. Ware and John Starke, eds., One God in Three Persons: Unity of Essence, Distinction of Persons, Implications for Life (Crossway, 2015), cap. 1

A lo largo del ensayo, el autor criticó exhaustivamente algunos de estos enfoques por suscribir la doctrina de las «operaciones inseparables». La doctrina de las operaciones inseparables enseña que, dado que las tres personas de la Trinidad son un solo Dios, cada una de ellas actúa en todas las obras externas de Dios, desde la creación a la redención y consumación. En palabras más concisas: «las obras externas de la Trinidad son indivisibles» (opera trinitatis ad extra indivisa sunt). Aunque comparto los compromisos complementaristas del autor, así como su preocupación por la forma en que algunos teólogos egalitaristas tratan la Trinidad, creo que su intento de corregir este trato de la Trinidad negando la doctrina de las operaciones inseparables representa un remedio peor que la enfermedad. Negar la doctrina de las operaciones inseparables es socavar la teología trinitaria clásica en su núcleo.

Como han demostrado extensamente Lewis Ayres y otros en las dos últimas décadas, el pensamiento trinitario del siglo IV, en cuyo contexto surgió el «cristianismo niceno» tal como lo conocemos, se caracterizaba por tres rasgos básicos: (1) un claro sentido de la distinción entre «persona» y «naturaleza» en la Divinidad, con el entendimiento de que hay tres de la primera y solo una de la segunda; (2) la convicción de que la generación eterna del Hijo no constituye una división entre el ser del Padre y el ser del Hijo, sino que tiene lugar en el ser indivisible e incomprensible de Dios; y (3) la creencia de que la unidad de ser entre el Padre, el Hijo y el Espíritu implica una unidad de operación en sus obras hacia las criaturas. Debemos señalar que estos tres rasgos no solo caracterizan la teología trinitaria del siglo IV, sino también la teología trinitaria dominante en Oriente y Occidente, en la patrística tardía, el medievo y la modernidad, tanto en el catolicismo romano como en el protestantismo.

Un ejemplo bíblico

La doctrina de las operaciones inseparables ha recibido una amplia aceptación en la Iglesia porque goza de un sólido fundamento en las Sagradas Escrituras. Esta doctrina refleja un patrón de razonamiento teológico que sigue a un modelo bíblico de denominación divina.

Consideremos solo un ejemplo. En 1 Corintios 8:6, Pablo declara:

Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y por quien existimos, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas las cosas y por medio del cual existimos.

En este texto, el Apóstol se apropia de dos estrategias judías comunes, una tomada del Antiguo Testamento y otra del discurso grecorromano acerca de Dios, para afirmar la unidad absoluta de la identidad y acción de Dios. El lenguaje de «un Dios» y «un Señor» se basa en Deuteronomio 6:4 para afirmar la unidad de la identidad de Dios. El lenguaje acerca de que todas las cosas son de él y por él toma prestado el discurso a menudo empleado para describir las diversas causas del universo con el fin de afirmar que solo Dios es la causa suprema de todas las cosas, es decir, que todas las cosas son «de él y por él y para él», por citar Romanos 11:36. Lo llamativo de 1 Corintios 8:6 es que Pablo sitúa las distintas identidades de Dios Padre y del Señor Jesucristo dentro de la singular identidad divina y dentro de la singular causalidad divina que planea y realiza todas las cosas para la gloria de Dios. (Para una discusión más detallada de este y otros textos paulinos relevantes para la doctrina de la Trinidad, véase el excelente libro de Wes Hill).

Esta característica de la denominación bíblica de Dios constituye la gramática dominante del posterior discurso trinitario de la Iglesia. La distinción entre las personas divinas es una que se da dentro del ser singular de Dios, sin comprometer ni dividir dicho ser. Del mismo modo, la distinción entre las personas divinas es una que se da dentro de la agencia singular de Dios, sin comprometer o dividir dicha agencia.

Por supuesto, la otra parte también es cierta. La unidad del ser de Dios no elude la distinción entre las personas: El Padre y el Hijo son un solo Dios y un solo Señor; pero el Padre no es el Hijo y el Hijo no es el Padre. Además, la unidad del obrar de Dios, tal como se afirma en la doctrina de las operaciones inseparables, no elude la distinción entre personas. Francis Turretin resume un amplio consenso eclesiástico sobre este punto:

Aunque las obras externas [de la Trinidad] son indivisas e igualmente comunes a las personas individuales (tanto por parte del principio como por parte de la consumación), sin embargo se distinguen por orden y por términos. Pues el orden de operar sigue al orden de subsistir. Así, pues, como el Padre es de sí mismo, así obra de sí mismo; como el Hijo es del Padre, así obra del Padre (a esto pertenecen las palabras de Cristo: “El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”, Jn 5,19). Como el Espíritu Santo procede de ambos, así también obra de ambos. También difieren en los términos en que cualquier operación divina finaliza en una persona. Así, la voz oída del cielo tiene su término en el Padre, la encarnación en el Hijo y la aparición en forma de paloma en el Espíritu Santo.

En otras palabras, dentro de la acción indivisa de Dios hacia sus criaturas, las tres personas actúan de acuerdo con sus distintas identidades: en toda obra de Dios fuera de sí mismo, el Padre actúa de sí mismo, el Hijo actúa del Padre, y el Espíritu actúa del Padre y del Hijo. Los tres actúan de forma indivisible pero no indistinta. (Por cierto, este principio constituye la base intratrinitaria de la obediencia del Hijo al Padre en su condición de encarnado, como Mike Allen y yo hemos argumentado aquí).

Los últimos veinticinco años no han sido precisamente una edad de oro para la reflexión evangélica acerca de la Trinidad. Esto se debe en parte a la amnesia teológica moderna respecto a algunos de los elementos más básicos del razonamiento bíblico trinitario (como Stephen Holmes ha mostrado aquí). También se debe a la (muy frecuente) forma desordenada en que se ha utilizado la Trinidad en los debates sobre los roles de género en la Iglesia. Afortunadamente, las cosas han ido cambiando lentamente. Mientras lo hacen, tanto los complementaristas como los egalitaristas necesitan hacer algo de limpieza en sus polémicas teológicas. Tal limpieza requerirá paciencia para recuperar las categorías de la teología trinitaria clásica y, más fundamentalmente, para recobrar los modelos de razonamiento bíblico de los que dichas categorías se derivan y los cuales, a su vez, ellas mismas promueven.

Al involucrarnos en polémicas teológicas, debemos tener cuidado de no destruir los árboles fructíferos que puedan estar en medio de los argumentos de nuestros interlocutores (véase Dt 20.19-20). Defendamos una interpretación bíblica del género y de los roles de género. Pero no comprometamos la doctrina de la Trinidad en el proceso.

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Este artículo ha sido traducido con permiso y fue publicado por el Dr. Swain en su blog personal, lo puede conocer aquí: www.scottrswain.com. Le invitamos a conocer los libros que ha escrito el Dr. Swain aquí. 2Los enlaces que redirigen a este sitio web no son parte del artículo original al igual que los subtítulos que se ingresan para facilitar la lectura.

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