Vivimos en la era de la celebridad teológica. En generaciones anteriores, sin duda había predicadores y teólogos populares, pero las cosas eran un poco diferentes. Un teólogo como Martín Lutero estaba vinculado a una iglesia y no a una organización paraeclesiástica, escribía libros, pero no solían estar disponibles para una distribución masiva como los libros de bolsillo de hoy o las publicaciones en internet, y predicaba sermones, pero tenías que estar presente en Wittenberg para escucharlos.
Hoy en día, un predicador famoso probablemente tiene un blog, un ministerio paraeclesiástico, sitio web, libros publicados, y sus sermones se publican en la web minutos después de ser predicados. Todo esto crea una sensación de urgencia entre los nuevos ministros: sienten que se están quedando atrás. Tan pronto como llegan a una iglesia quieren comenzar a escribir libros, grabar sus sermones, escribir entradas de blog llenas de sabiduría, y tal vez incluso iniciar un ministerio paraeclesiástico con un sitio web correspondiente.
¿Es todo esto una buena idea?
Desde un punto de vista, puedo entender la sensación de urgencia. Recuerdo haber sentido que estaba “atrasado” porque entré al ministerio cuando tenía 28 años, un año después de que Calvino ya había publicado su primera edición de las Instituciones. Es decir, pasas cuatro años en la universidad, tres o cuatro años en el seminario, seguidos de tres años de estudios de posgrado, así que el pensamiento es: “¡Quiero salir del banquillo y entrar al juego!” Pero cuanto más he reflexionado sobre lo que sé ahora y lo que sabía entonces, me alegra no haberme expuesto demasiado pronto.
¿A qué me refiero?
Recuerdo que algunas personas en mi iglesia estaban revisando nuestro contenedor de almacenamiento y encontraron las cintas (que el lector entienda, búscalo en Google si no lo haces) de mi primera serie de sermones. Inmediatamente se acercaron a mí y preguntaron: “¿Quieres que convirtamos estos a MP3 para publicarlos en el sitio web?” Respondí: “¿Qué? ¿Están locos? Esos sermones fueron los primeros, ¡quémalos!”.
En otras palabras, con los años he podido mirar hacia atrás mi trabajo anterior y me duele verlo. A medida que un ministro madura, crece y aprende más, se espera que sus sermones mejoren con el tiempo y la práctica. Estoy contento de haber tomado posesión de esas cintas y que ahora estén en un vertedero en algún lugar. Sí, el Señor puede usar nuestras humildes ofrendas en formas más allá de lo que podemos imaginar, pero eso no significa que todo lo que decimos o escribimos esté listo para una amplia difusión.
Todo esto es para decir, no estés demasiado ansioso por encender los grabadores, publicar tus sermones en línea, escribir libros, entradas de blog y comenzar un ministerio paraeclesiástico. En cambio, tómate el tiempo para sentarte en silencio, estudiar, aprender y practicar tu oficio. Atiende a tus ovejas y asegúrate de pasar tiempo cuidándolas; ese es el objetivo principal de tu ministerio.
El verdadero ministerio no se trata de ser una celebridad, escribir libros y publicaciones en blogs, sino de ministrar los medios de gracia, palabra y sacramentos, y cuidar a las ovejas heridas y necesitadas. Creo que muchos ministros persiguen la fama y sus congregaciones sufren como resultado de esto. El Señor puede decidir usarlo en formas poderosas, más allá del alcance de su propia congregación. Si lo hace, alabe a Dios. Pero no olvides que el ministerio trata sobre tus ovejas, tu congregación. Además, como nuevo ministro todavía tienes mucho que aprender. Así que probablemente pasará un tiempo antes de que debas convertirte en una figura pública más prominente.
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Este artículo1Los subtítulos y enlaces que redirigen a nuestro sitio web no hacen parte del artículo original. El título original de este artículo es: ¡Quémalo!, pero ha sido modificado con fines de difusión. ha sido traducido con el permiso del Dr. J.V. Fesko y fue publicado originalmente en su blog personal. Usted puede comprar sus libros aquí.
- 1Los subtítulos y enlaces que redirigen a nuestro sitio web no hacen parte del artículo original. El título original de este artículo es: ¡Quémalo!, pero ha sido modificado con fines de difusión.