La pregunta de si los protestantes deben considerar a las iglesias católicas romanas como “iglesias verdaderas” es muy importante para todos los esfuerzos ecuménicos. Generalmente, en reacción a aquellos protestantes intransigentes que simplemente dicen que Roma es apóstata y, por lo tanto, “no es una iglesia en absoluto”, los protestantes con mentalidad ecuménica, que usualmente se autodenominan “católicos” en un grado u otro, quieren decir que sí, por supuesto, Roma es una iglesia verdadera. Y a menudo reclaman a los Reformadores para apoyar esta posición.
El tema del ecumenismo es complicado, no entraré en esa discusión aquí. Pero sí quería examinar la respuesta de Juan Calvino a la pregunta, “¿Es Roma una iglesia verdadera?” Lo que se encuentra es que, bueno, es complicado. Roma, considerada en la forma en que se define a sí misma, como una iglesia singular resumida en su cabeza episcopal, no es en absoluto una iglesia para Calvino, sino más bien el anticristo. Sin embargo, él reconoce los bautismos de las iglesias católicas romanas y permite la existencia de “vestigios” de la verdadera iglesia en sus congregaciones. Por lo tanto, hay maneras en que Calvino puede decir que ciertas iglesias católicas romanas son iglesias, aunque defectuosas.
No es una iglesia verdadera
Calvino sostiene en general que Roma no es una iglesia verdadera. Ella es como el reino del norte de Israel después del cisma, y los protestantes son como los profetas. Roma posee una historia de pacto, conserva ciertos signos externos de la iglesia, y puede que incluso tenga muchos verdaderos creyentes en su seno, pero, no obstante, ha caído en la idolatría.
Calvino usa esta polémica para argumentar que Roma no tiene ninguna reivindicación jurisdiccional sobre cualquier verdadero creyente y que los fieles deberían, y en cierta medida deben, separarse de ella. “No podemos apenas tener alguna reunión con ellos sin contaminarnos con una idolatría manifiesta” (Inst. 4.2.9). Añade a esto el argumento de que el catolicismo romano ha perdido efectivamente “el ministerio de la palabra” a través de sus múltiples herejías y tradiciones humanas. Dado que este es el caso, no pueden ser llamados iglesias o de lo contrario, “No quedará ningún signo para distinguir las congregaciones legítimas de los creyentes de las asambleas de los turcos” (Inst. 4.2.10). Esa es una oposición bastante marcada. Estos argumentos son la razón por la cual la Confesión de Fe de Ginebra de 1536 puede descartar “las iglesias gobernadas por las ordenanzas del papa” como “sinagogas del diablo [más bien] que iglesias cristianas”.
En un sentido es una iglesia
Todo esto sugeriría que el caso está cerrado. Las iglesias católicas romana no son verdaderas iglesias. No son iglesias en absoluto. Sin embargo, a pesar de todo esto, Calvino permite algunos matices. Aunque existen de manera peligrosamente deformada, y, por lo tanto, no tienen derecho a una jurisdicción legal, las congregaciones dentro de la confederación católica romana tienen una conexión histórica con el pacto y poseen ciertos vestigios y formas de la iglesia. Incluso hay, sin duda, muchos verdaderos creyentes en medio de ellas. Y así, hay ciertos sentidos en que pueden llamarse «iglesias», aunque el fundamento es esencial para entender la concesión de Calvino aquí.
Para entender más, debemos consultar tres secciones de la Institución. Estas son del capítulo 2, libro IV (10, 11 y 12). Calvino explica:
Aún tenemos mayores razones para contradecirles en cuanto a la segunda cosa que nos exigían. Porque si se considera la Iglesia tal que debamos reverenciarla, reconocer su autoridad, recibir sus avisos, someternos a su juicio y conformanrnos con ella en todo y por todo, no podemos conceder el nombre de Iglesia a los papistas, según esta consideración, porque no nos es necesario tributarles sujeción y obediencia. Con todo, de buena gana les concederíamos lo que los profetas concedieron a los judíos e israelitas de su tiempo, cuando las cosas estaban en un estado semejante, o aún mejor. Vemos, pues, cómo a cada paso gritaban los profetas que sus asambleas eran conventículos profanos con los que no era lícito consentir, como tampoco lo era el renegar de Dios (Is. 1, 14-15). Y ciertamente, si tales asambleas hubiesen sido iglesias de Dios, se seguiría que ni Elías, ni Miqueas, ni otros profetas de Israel habían sido miembros de la Iglesia. Igualmente en Judea, Isaías, Jeremías, Oseas y otros como ellos, a quienes los sacerdotes y el pueblo abominaban más que a los mismos incircuncisos. Y si tales asambleas fueran iglesias de Dios, se seguiría también que la Iglesia de Dios no sería «columna de la verdad» (1 Tim. 3, 15), sino apoyo de mentiras; y no sería tampoco santuario de Dios, sino receptáculo de ídolos. El deber, por tanto, de los profetas era no consentir en tales asambleas, ya que no eran más que una maldita conspiración contra Dios. Por lo mismo, si alguien reconoce por iglesias las asambleas papistas, que están contaminadas de idolatría, de diversas supersticiones y de falsa doctrina, y piensa que debe persistir en su comunión hasta dar consentimiento a su doctrina, piense que va soberanamente equivocado. Porque si fuesen iglesias, tendrían la autoridad de las llaves; pero las llaves van siempre juntas con la Palabra, a la que ellos han exterminado. Si son iglesias, les pertenece igualmente la promesa de Jesucristo de que todo cuanto ataren en la tierra será atado en el cielo… (Mt. 16, 19; 18, 18; Jn. 20, 23). Mas por el contrario, todos cuantos de corazón profesan ser siervos de Jesucristo, son arrojados de ellas. Luego síguese que, o sería inútil la Palabra de Jesucristo, o que ellos no son iglesias. Finalmente, en lugar del ministerio de la Palabra no tienen los papistas más que escuelas de impiedad y un abismo de toda suerte de errores. Por tanto, o por esto no son iglesias, o no existe ninguna marca ni señal que diferencie las asambleas de las mezquitas de los turcos. A pesar de todo, así como en aquellos tiempos existían ciertas prerrogativas que pertenecían a la Iglesia de los judíos, así también ahora no negamos que haya entre los papistas ciertos vestigios de Iglesia que ha dejado el Señor después de tanta disipación. Dios hizo una vez pacto con los judíos, y si permanecía en pie era porque estribaba en su propia firmeza, no porque ellos lo observasen. Y aún más, porque la impiedad de ellos era un impedimento que la firmeza del pacto tenía que sobrepujar. Por tanto, aunque merecían por su deslealtad que Dios rompiese su pacto con ellos, con todo, siempre continuó manteniendo en pie su promesa, pues Él sí es constante y firme en hacer bien. Así por ejemplo, la circuncisión nunca pudo ser profanada por sus manos impuras de manera que dejase de ser señal y sacramento del pacto que Dios había hecho con ellos. Y por esto Dios llamaba suyos a los hijos que nacían de ellos (Ez. 16, 20-21), los cuales nada tenían que ver con Él, a no ser por gracia y bendición especiales. Igualmente el pacto que ha hecho el Señor en Francia, Italia, Alemania, España e Inglaterra. Pues, aunque casi todo haya sido destruido por la tiranía del Anticristo, con todo quiso, para que así permaneciera inviolable su pacto, que quedara el bautismo como testimonio de la misma, el cual retiene su virtud, a pesar de la impiedad de los hombres, porque fue consagrado y ordenado por su boca. Asimismo ha hecho el Señor que permaneciesen por su Providencia algunas otras reliquias, para que así la Iglesia no pereciese del todo. Y así como a veces son derribados los edificios, pero quedan los cimientos y otras cosas que había en ellos, así tampoco nuestro Señor permitió que su Iglesia fuese arruinada y asolada por el Anticristo de tal manera que no quedase muestra alguna del edificio. Y aunque permitió que haya sobrevenido una tan horrible ruina y disipación para vengarse de la ingratitud de los hombres que habían menospreciado su Palabra, quiso que permaneciese algo del edificio como señal de que no era totalmente destruido. Cuando nosotros rehusamos simplemente atribuir a los papistas el título de Iglesia, no negamos en absoluto que haya entre ellos algunas iglesias, sino que únicamente discutimos por el verdadero y legítimo estado de iglesia, que lleva consigo comunión tanto en doctrina como en todo lo que pertenece a la profesión de nuestra religión cristiana. Daniel y San Pablo predijeron que el Anticristo se sentaría en el tempo de Dios (Dan. 9, 27; 2 Tes 2, 4), y nosotros decimos que el Papa es el capitán general de este reino maldito, por lo menos en la iglesia occidental. Y puesto que está escrito que la silla del Anticristo estará en el templo de Dios, se significa con ello que su reino será tal que no borrará el nombre de Cristo ni de su Iglesia. De aquí se deduce claramente que nosotros no negamos que sean iglesias aquellas sobre las que él ejerce su tiranía; sino que decimos que él las ha profanado con su impiedad, que las ha afligido con su inhumano imperio, que las ha envenenado con falsas e impías doctrinas, y que casi las ha metido en el matadero, hasta tal punto que Jesucristo está medio enterrado, el Evangelio ahogado, la piedad exterminada y el culto divino casi destruido. En suma, que todo está tan revuelto, que más parece una imagen de Babilonia que de la santa ciudad de Dios. Concluyendo, digo que son iglesias, primero porque Dios conserva milagrosamente las reliquias de su pueblo, aunque estén miserablemente dispersas. Y segundo, porque quedan aún ciertos indicios de iglesias, principalmente los que no han podido deshacer ni la astucia ni la malicia de los hombres. Mas, ya que han destruido las marcas, cosa primordial de esta disputa, afirmo que ni sus asambleas, ni su cuerpo tienen la forma legítima de Iglesia.
Destacan algunos puntos principales:
- La Iglesia de Roma, considerada como una corporación ministerial unificada, no se puede reconocer como iglesia. No se puede otorgar legitimidad a sus órdenes, al menos no en los términos de Roma, ni se puede decir que Roma tenga jurisdicción o autoridad sobre algún creyente.
- Sin embargo, el derecho de Dios sobre las iglesias dentro del romanismo continúa siendo verdadero, por lo que sus bautismos pueden aceptarse como válidos. Sin embargo, este no es tanto un punto de bendición para Roma, sino más bien un testimonio perdurable del verdadero evangelio que ella suprime.
- Es posible que las congregaciones individuales sean verdaderas iglesias dentro de la confederación romanistas, y éstas demostrarían ser tales al preservar la enseñanza y predicación adecuada de la Palabra de Dios, así como una comprensión más fiel (menos abominable) de los sacramentos. Según los propios estándares de Roma, tales iglesias tendrían que ser «malos romanistas», estando fuera de conformidad con el magisterium, pero su existencia es posible; de hecho, en el mundo romanista moderno, su existencia es más probable que en otros tiempos anteriores de la historia de la iglesia. También es posible que exista un gran número de verdaderos creyentes en las congregaciones romanistas. Estos son como el remanente fiel del pasado que nuestro Señor se ha complacido en preservar.
Estas son las principales formas en que Calvino permite que las iglesias romanistas sean iglesias. Si esto es útil para los esfuerzos ecuménicos o no, lo dudamos. Pero la explicación resalta los criterios de Calvino para lo que hace que una entidad sea una iglesia. Esta debe poseer las marcas de la palabra y los sacramentos, y estas deben ser protegidas del error grave. No se puede admitir que Roma sea una iglesia de acuerdo con su propia comprensión, pero quizá partes de ella pueden serlo de acuerdo con la eclesiología protestante.
Este artículo ha sido traducido con el permiso del Pastor Steven Wedgeworth. Fue publicado originalmente en The Calvinist International.